¿Qué pasa en el Concejo de Bogotá? - Prensa Mercosur El diario online del MERCOSUR

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Concejo de Bogotá | Bogotá

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Columnista Invitado: EL INQUIETO

Bogotá, la ciudad nevera, la gran despensa que nutre a tantos colombianos y extranjeros que llegan en busca de futuro a sus predios, está bajo ataque.

Una ciudad sitiada por la inseguridad y la violencia, una ciudad inmovilizada, la ciudad – taco, la ciudad de las polisombras y los retenes, la urbe de las obras abandonadas que no avanzan, pero no obstante lo anterior, la ciudad generosa, maternal, acogedora, es ahora también pasto de la más abyecta corrupción y politiquería.

Ya faltan prácticamente 7 meses para que lleguemos al final de esta administración, una administración conducida bajo el liderazgo de una mujer que supo cautivar a la ciudadanía con su discurso rebelde y mordaz, con su propuesta de lucha anticorrupción concretada en una consulta que, como otras tantas consultas en el país del sagrado corazón, fue saboteada desde los directorios políticos tradicionales, pues a ninguno de ellos le conviene poner la corrupción en los titulares, dado que de tiempos inmemoriales el ejercicio mismo de la política tradicional está ligado a la práctica inclemente y no tan soterrada de actos vituperables para los que se queda corta la tipificación del Código Penal Colombiano.

Pero, ¿Oh sorpresa?, la pertinaz invitación a darle cristiana sepultura a la corrupción terminó en más corrupción.

Desde hace ya varios meses los bogotanos hemos visto cómo algunos de sus concejales de manera reiterativa, rigurosa, minuciosa, insistente y valiente se enfrentan a la primera alcaldesa de la ciudad capital y a sus poderosos cortesanos, denunciando con alarmante y minucioso detalle prácticas corruptas que van desde sobrecostos en la adquisición de elementos para las subredes de salud, compra de ambulancias, más que inadecuadas, peligrosas para las tripulaciones y los pacientes en ellas conducidos, pérdidas por mala planeación en la compra de insumos, vacunas, reactivos para hacer frente a los retos enormes que se han tenido que afrontar desde que se supo del primer caso de COVID 19 en una remota ciudad de la China.

Súmese a esto gastos estrafalarios en propaganda para la fallida alcaldesa con intenciones de llegar a presentarse como candidata a la presidencia y quien, desde ahora, con recursos de la ciudad, empieza su campaña intentado en vano mejorar su más que alicaída, derruida imagen pública, sobrecostos en la adquisición de refrigerios y cuanta cosa haya requerido adquirir en otras entidades del distrito, uso sospechoso de los crematorios durante el estallido social, sospecha de recepción de coimas, contratos con claro direccionamiento y manipulación y, como si fuera poco, denuncias de acoso laboral por parte de la alcaldesa y de sus cortesanos.

Hace unos pocos días una docena de concejales radicó e hizo pública una solicitud muy bien sustentada en la que le piden a la alcaldesa destituir a una de sus fichas, una de las más cuestionadas, a la que la propia burgomaestre, en un acto desafiante incluso para su angelical consorte, llamó “Alejandro de mi corazón”.

Dicha petición aparece en un momento clave cuando, además de los cuestionamientos arriba anotados, se critica la falta de diligencia de la alcaldía y sus cortesanos en la atención y solución de las necesidades apremiantes de un grupo de indígenas que vinieron hace varios meses a parar a Bogotá buscando se les protegiera el bien máximo, la vida, de la acción de los violentos en sus comarcas de origen.

Concejales denunciaron la muerte de más de treinta menores por causas infecciosas prevenibles bajo el agobio de cuadros avanzados de desnutrición. ¿Era muy complicado haber invertido algo del billón de pesos que se le endilga a la señora alcaldesa que se gastó en publicidad narcisista, para ofrecerles condiciones dignas a esos ciudadanos que han recibido un asqueante trato discriminatorio, como si fueran ciudadanos de tercera?

¿Y el señor secretario de salud qué? Bien, gracias:

Alejandro del corazón no ha pronunciado sino lugares comunes en forma balbuceante y buscando culpables en otras áreas de la administración pública, llegando a señalar, como si estuviera exento de culpas, al gobierno nacional.

¿Cuántos niños, madres y ancianos embera deben fallecer para que las entidades se pongan de acuerdo para ayudarles y proporcionarles condiciones humanas y dignas de convivencia?

¿De verdad la única solución para estas personas en arrojarlos a las fauces de los criminales que han diezmado y acribillado a sus líderes?

Que terrible hado el de nuestros indígenas, pasaron de Guatemala a Guatepeor, de ser asesinados por los violentos en su lejano terruño, a ser diezmados por la negligencia y la inoperancia de una administración a la que le quedó grande brindarle protección y acogida.

¿Pero si no funciona la cabeza, cómo esperamos que funcionen las otras partes del entramado público?

El caso lacerante es que ante la enormidad de la negligencia y la inacción de esta administración distrital SÓLO 12 CONCEJALES salieron a deslindarse de la misma y a solicitar la destitución de uno que se supone debía fungir para todos los efectos, incluso en las situaciones transversales, como la de los indígenas embera, como rector del sector salud.

A Alejandro del Corazón le ha faltado justamente corazón, compasión, empatía, elementos que son fundamentales en uno que se supone que es médico.

Pero al Concejo de Bogotá, excepto por esos doce valientes concejales, le ha faltado coherencia, compromiso, responsabilidad con la ciudadanía.

¿Y así pretenden ser reelegidos?

¿Qué oscuras negociaciones se han dado para gratificar su silencio?

¿Cuánto vale, señores concejales silenciosos, la vida de un niño embera?

Una administración que poco o nada ha hecho por darle seguridad a los bogotanos, ¿cómo podría garantizar la vida de unos indígenas procedentes de la Colombia profunda y a quienes trata como advenedizos, como ciudadanos de tercera?