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Jue. Jul 4th, 2024
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“Imagine pasárselo bien con su familia y disfrutar de un espectacular paisaje virgen”. Es una frase atractiva. Cada palabra ha sido cuidadosamente elegida para vender una futura promoción inmobiliaria en Ma’ale Levona. Un asentamiento en la Cisjordania ocupada situado a unos veinte kilómetros de Ramala. Cerca de 900 personas, en su mayoría familias, viven en lo que desde lejos parece un pueblo dormitorio encaramado sobre campos de olivos. El asentamiento, ilegal según la legislación internacional, se construyó en 1983. Desde entonces, no ha dejado de crecer en tierras palestinas de los términos municipales de Sinjil, Al-Lubban ash-Sharqiya y Abwein.

Shlomi acaba de llegar a Ma’ale Levona. Hace seis meses, como director de una empresa de construcción e ingeniería civil, este cabeza de familia compró una casa para su mujer y sus cuatro hijos. “Me vine a Israel hace ya varios años”, explica orgulloso este francés de Marsella mientras recorre lo que describe como su “pequeño paraíso”. En la parte trasera de su pantalón, metida en el cinturón, se distingue fácilmente una pistola. 

“Nunca voy sin ella, mi mujer también lleva pistola. Es en defensa propia, como en Estados Unidos. Para nosotros es la misma lógica”, casi se jacta Shlomi. Desde el 7 de octubre, la verja de la entrada está siempre cerrada y vigilada por soldados. El riesgo cero no existe, pero me siento seguro aquí. El Tsahal ha reforzado su presencia en los alrededores del pueblo.

Un pueblo: así describe este padre de familia de unos 40 años el lugar donde vive. “No me gusta la palabra ‘asentamiento’. No me siento un colono, me siento como un judío en mi tierra”, explica. Pero “asentamiento” es el término que utilizan las autoridades israelíes. “No vamos a dejar Ma’ale Levona. Es mi hogar, aunque yo sea francés”, dice Shlomi. “Mi última hija nació aquí y sólo tiene la nacionalidad israelí. Hace 75 años se construyó un país, pero antes no había nada a nuestro alrededor. Nada más que arena y piedras”.

El francés se detiene un momento y señala lentamente las colinas que le rodean. Justo enfrente, la localidad palestina de Abwein, con sus 4.000 habitantes y sus restos arqueológicos, no parece llamarle la atención. ¿Qué les dice a los palestinos que le acusan de robarles sus tierras? Acompañada de una leve sonrisa, su respuesta es inmediata. “Deberían tomar lecciones de historia, han librado guerras y las han perdido todas. Como en todas las guerras, se toman territorios, así que no hay que buscar más explicaciones“.

Como la inmensa mayoría de los colonos, Shlomi apoya a Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí. Mientras caminamos de vuelta hacia el enorme portón amarillo que se ha convertido en una barrera de seguridad a la entrada de Ma’ale Levona, este empresario confiesa finalmente que espera una rápida vuelta a la “vida normal”, a su rutina diaria antes del 7 de octubre. Todos los permisos de trabajo israelíes concedidos a los palestinos fueron suspendidos tras el atentado de Hamás.

“Ya no tengo trabajadores para mis obras en Israel. Todo se ha paralizado”, se lamenta, explicando a continuación el manido argumento de los colonos israelíes: “En este momento, los palestinos no son capaces de ser económicamente autónomos. Podrían haber convertido Gaza en la Singapur de Oriente Próximo. Hicieron una elección política diferente.”

Antes de dejarnos continuar camino, Shlomi nos da un último consejo: “No giréis a la izquierda en el cruce de abajo. Es peligroso.” Dos kilómetros más adelante, esta carretera de la izquierda lleva a Sinjil. El pasado marzo, los colonos atacaron ese pequeño pueblo árabe e incendiaron una casa con sus habitantes dentro.

Los palestinos han acuñado un apodo para los hombres y mujeres que han elegido vivir en los asentamientos de los alrededores de Ramala, Nablús y Hebrón: “los colonos de las colinas”. Porque todos ellos han construido sus casas en terrenos elevados. Según la ONU, su número se ha cuadruplicado en los últimos treinta años. Hay unos 475.000 viviendo en la Cisjordania ocupada, poblada con 2,9 millones de palestinos.

“Ahí está Bilal, jugando con sus hijos. Estábamos allí para recoger juntos nuestras aceitunas. Nos divertíamos.” En el salón familiar de su casa de As-Sawiya, una pequeña localidad agrícola cercana a Nablús, Hamza Saleh, su cuñado, está viendo unos vídeos en su teléfono móvil. Todos datan del 28 de octubre de 2023. Era un día muy soleado en la Cisjordania ocupada. En las imágenes hay niños, mujeres y hombres sonrientes entre burros que tiran de pequeños carros. Varias familias se habían reunido para recoger aceitunas en sus campos, en la parte baja del pueblo.

En este vídeo se ve el momento de la llegada de los colonos. Corren hacia nosotros. Están armados, no vienen a hablar con nosotros”, describe este palestino. La imagen muestra claramente un coche blanco que baja a toda velocidad desde Rehelim. Ese asentamiento frente a As-Sawiya también es ilegal según el derecho internacional, pero en 2012, al igual que otros 145 más, fue autorizado por Israel.

Otra grabación muestra a cuatro hombres, todos vestidos de blanco, corriendo hacia el olivar. A lo lejos, alguien grita: “Bilal, ten cuidado, tienen armas”. Son las 10:44 horas. Suenan disparos. Todo el mundo empieza a gritar y a correr. “Ahora es cuando ocurre el accidente”. Hamza Saleh rectifica: “No es un accidente, es un asesinato”.

A las 10:47, varios vecinos de As-Sawiya gritan: “Id a buscar un coche. Han matado a Bilal.” Un hombre sujeta el brazo de la víctima, con el pecho cubierto de sangre. Bilal es su tío. En estado de shock, no parece saber qué hacer. Acaba golpeándose la cabeza con las manos. Su sobrino de 40 años había muerto de un disparo. Lo más probable es que muriera en el acto. Era padre de cuatro hijos.

La suegra de la víctima entra en la habitación. Mouna Saleh se sienta en el sofá y sirve té. “Bilal no era un hombre violento; era conocido en Nablus porque vendía salvia. Aprieta un pañuelo en la mano e intenta contener las lágrimas: “Quieren echarnos de aquí, pero ¿adónde vamos?”

En frente, Hamza Saleh sigue con su relato casi mecánicamente, viendo los vídeos del 28 de octubre. “Diez minutos después de la muerte de Bilal, volvimos al campo a por nuestras cosas. Se les oye, siguen amenazándonos.” El cuñado de la víctima hace una pausa y suspira. “Mírele. Ese es el que mató a Bilal. Es un militar, no un civil. Le disparó a matar”.

En las imágenes se ve claramente el rostro de la persona que efectuó el disparo mortal. Es joven y lleva un fusil de asalto.

La familia de Bilal presentó rápidamente una denuncia ante la policía israelí. Aportaron todas las pruebas, incluidos los vídeos que mostraban a los hombres de blanco acercándose a las familias palestinas entre los olivos. Fue detenido un sospechoso, que estuvo cinco días retenido y luego puesto en libertad. El ejército confirmó que era un soldado de permiso. Sus abogados afirman que su cliente fue atacado por “varios palestinos que le arrojaron piedras a él y a su familia mientras paseaban por los campos cercanos al asentamiento donde viven, Rehelim”.

En las imágenes, sin embargo, sólo vemos a hombres que se dirigen hacia los palestinos. No hay niños alrededor, nada que se parezca a un paseo familiar. En un comunicado de prensa, un funcionario israelí local escribió que los colonos habían sido “atacados por docenas de Hamásnikim [partidarios de Hamás en hebreo] con el pretexto de recoger aceitunas”.

Pocos días después de la muerte de Bilal, los colonos talaron olivos en tierras de familias palestinas de As-Sawiya. “Tenemos un vínculo muy especial, muy fuerte, con nuestros olivos”, confiesa Hamza Saleh. Para él, se trata de otra forma de violencia. Una violencia psicológica además. “Cuando destruyen nuestros árboles, es horrible. Para mí, su objetivo es mostrarnos que también están cortando nuestras raíces”.

Bilal Mohamed fue enterrado en el pequeño cementerio de las colinas de As-Sawiya. Una bandera palestina ondea sobre su tumba. Enrollado en la lápida hay un kufiyya blanco y negro, símbolo de la resistencia. “No queremos la guerra, pedimos la paz”, dice Hamza Saleh. “Pero no podemos seguir callados. Tenemos que hablar, tenemos que contar nuestra historia. Si permanecemos en silencio, nos van a aniquilar.

La ONG israelí Yesh Din ha registrado 250 ataques de colonos desde el 7 de octubre, con 9 palestinos muertos. Según el Ministerio de Sanidad palestino, en el mismo periodo han muerto al menos 310 personas a manos de colonos o del ejército israelí en Cisjordania ocupada.  

La policía israelí no ha abierto ninguna investigación contra los colonos. Antes de la guerra, según la ONG israelí, casi el 60% de las víctimas de ataques de colonos no presentaban denuncia. Contactada por Mediapart, Yesh Din afirma que “se trata de una política deliberada del Estado de Israel, que normaliza la violencia ideológica de ciertos israelíes contra los palestinos, la apoya e incluso se beneficia de sus resultados”.

Pocos días antes de la muerte de Bilal, Joe Biden declaró desde la Casa Blanca que estaba alarmado por los “colonos extremistas” que atacan a los palestinos en Cisjordania ocupada. “Es como echar gasolina al fuego, eso es exactamente. Están atacando a palestinos en lugares donde los palestinos tienen derecho a estar. Deben rendir cuentas y esto debe acabar ya”, dijo el presidente americano.

Estados Unidos y luego Francia prometieron sanciones contra los colonos responsables de la violencia. A mediados de diciembre de 2023, Catherine Colonna, ministra francesa de Asuntos Exteriores, aseguró que habían sido “identificados como tales sobre la base de información documentada”.

Benjamin Netanyahu se vio obligado a salir a la palestra, pero restó importancia a la violencia, que en su opinión era obra de “un puñado de extremistas”. El primer ministro nunca ha ocultado su deseo de ampliar la presencia de asentamientos en tierra palestina. A finales de 2022, publicó este mensaje en Twitter: “El pueblo judío tiene un derecho exclusivo e inalienable sobre la tierra de Israel. Mi gobierno ampliará los asentamientos en todas partes, incluida Judea-Samaria”. Es decir, en Cisjordania.

Los colonos entrevistados por Mediapart se hacen eco de esas palabras. “La única verdad es que toda la tierra de Israel pertenece a los judíos, que nos fue dada por el Dios de Israel y que somos un pueblo bueno y justo”. Eso nos lo dijo Yonathan, un colono israelí que vive en Shilo. Aunque luego se negó a recibirnos, como casi todos los habitantes de estos asentamientos.

En los últimos meses, las autoridades israelíes han legalizado varios “puestos avanzados de asentamientos”, como los denomina la ONU, con arreglo a la legislación local. Esos “asentamientos” suelen consistir en tiendas de campaña, o incluso caravanas, instaladas en pocas horas por grupos de los colonos más radicales. En la actualidad hay unos 150. Naciones Unidas lleva años pidiendo su desmantelamiento, pero sin resultado. Más bien al contrario.

Son los habitantes de uno de esos “puestos avanzados” quienes llevan varias semanas aterrorizando a los palestinos de Tuqu’, cerca de Belén. Después del 7 de octubre, los colonos tomaron posesión del camino de tierra que los pastores del pueblo utilizaban para apacentar sus ovejas y cabras. “Esas tierras que ven, desde aquí hasta el Mar Muerto, forman parte de nuestra herencia”, dice Taysser Abou Ahmed, alcalde de Tuqu’.

Una a una, señala varias casas. “Han tomado esa colina y aquella también. Han desalojado a los beduinos. Los colonos también ocupan esa casa, en la que han dibujado una estrella de David para convertirla en su puesto de control”. Al mismo tiempo, una camioneta gris se dirige hacia ese edificio, convertido en puesto de control a menos de 300 metros. El vehículo se detiene y nos mira. Unos hombres se bajan y nos miran con prismáticos.

“Este desierto pertenece a los palestinos. Nunca nos iremos aunque hagan todo lo posible por expulsarnos”, añade el alcalde de esta localidad. No quiere permanecer en silencio. Habla en nombre de los campesinos despojados de sus tierras. Están aterrorizados y piden que no se mencionen sus nombres.

El pasado 13 de octubre, Issa, un joven palestino de 25 años, fue asesinado por un colono en su olivar. “Había ido a comprobar cómo estaban sus árboles”, cuenta su tío en perfecto inglés. Su rostro está marcado por la angustia. “Ahora los colonos tienen luz verde para hacer lo que quieran. Al hablar con ustedes, estoy corriendo un riesgo. Cada vez que salgo de la ciudad, borro todos los mensajes de mi teléfono por si me controlan los soldados israelíes. Ni siquiera puedo conservar una foto de mi sobrino.

Para estas familias, conservar una foto de alguien que se ha convertido en “mártir” es una forma de rendirle homenaje. “Nos han robado cabras. Hacen todo lo posible para complicarnos la vida”, explica el granjero. Hace poco, unos colonos se presentaron en su casa para amenazarle delante de sus dos hijos pequeños. “Me hubiera gustado nacer en otro lugar, pero Dios ha decidido que esta es mi tierra.” Una tierra que se le escapa un poco más cada día.

Traducción de Miguel López

Fuente de esta noticia: https://www.infolibre.es/mediapart/todopoderosos-e-intocables-colonos-israelies-amplian-asentamientos-cisjordania_1_1675211.html

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