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Sáb. Jul 6th, 2024
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Carlos Guevara Rodríguez

¡Al fin! Lucifer tuvo que esperar que Henry Kissinger cumpla cien años para recibir su alma, aunque Lucifer tiene la reputación de ser muy paciente en estas cosas. ¡Pero cuidado con lo que uno desee! Dados sus extraordinarios dotes Maquiavélicos Kissinger podría llegar a disputarle el averno al mismísimo Lucifer.

La crítica que se suele hacer de Kissinger, primero Consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon y después Secretario de Estado, es que llevaba adelante una política exterior inmoral, o en el mejor de los casos, amoral. Dos de los sucesos más emblemáticos de esa política exterior fueron la guerra de independencia de Bangla Des y la guerra de Vietnam; en comparación, lo que pasó en el Chile de Pinochet es poca cosa.

En 1971 Pakistán del Este, ahora Bangla Des, se rebeló contra Pakistán. EEUU respaldó a Pakistán, alineado con EEUU durante la Guerra Fría, en su intento de sofocar la rebelión, proporcionando apoyo y armamento. El resultado fue la masacre a manos del ejército de Pakistán de entre 100.000 a 300.000 habitantes del entonces Pakistán del Este y la creación de diez millones de refugiados; al final, después de un baño de sangre, Bangla Des igual obtuvo su independencia.

Otra critica que se hace a Kissinger es el de haber prolongado innecesariamente la guerra de Vietnam solamente para intentar obtener mejores términos para retirar los más de medio millón de tropas estadounidenses. Como parte de esa estrategia se desato un bombardeo masivo de Cambodia y Laos, países técnicamente neutrales, en flagrante violación del derecho internacional, causando la muerte de más de 150.000 civiles. Se calcula que más de 2,7 millones de toneladas de bombas fueron lanzadas; los Aliados durante toda la Segunda Guerra Mundial lanzaron algo más de 2 millones. Las condiciones que logró EEUU cuando al final se retiró no fueron mejores que las que podrían haber obtenido al principio de ese gobierno.

Lo primero que hay que señalar al hacer un balance histórico de Henry Kissinger es que el responsable en última instancia de la política exterior de EEUU no era Kissinger sino su jefe, el presidente Richard Nixon. Si bien los dos estaban en la misma sintonía Kissinger actuaba bajo las ordenes de Nixon, un presidente excepcionalmente interesado y enfocado en política exterior. Es en ese contexto que se debe relativizar la actuación de Kissinger, tanto en sus triunfos como es sus fracasos, así como en la miseria humana causada por la política exterior de su gobierno.

La esencia de la filosofía de Kissinger en la conducción de la política exterior era la consecución del interés nacional libre de cualquier otra consideración, sea ésta los derechos humanos o los méritos y legítimas reivindicaciones de las partes involucradas. Si en su criterio un curso de acción avanzaba el interés nacional, éste se debía llevar a cabo sin importar si resultaba en catástrofes humanitarias y pérdida de vidas en escalas gigantescas.

Esa filosofía considera que en las relaciones internacionales el fuerte impone sus intereses sobre el más débil más allá de cualquier consideración sobre lo que es justo o no; en el extremo, donde el más fuerte sobrevive y el más débil no. O sea, las relaciones entre países son regidas por la ley de la selva, vale decir, la ley del más fuerte, ya que no existe un gobierno mundial que promulgue leyes y las haga cumplir sobre la base de una concepción de lo que es la justicia.

El propio Kissinger subraya esta visión citando a uno de sus guías intelectuales, el Cardenal Richeliu, primer ministro de Francia en el siglo XVII, en su libro Diplomacia: “El hombre es inmortal, su salvación está en el más allá…El estado no es inmortal, su salvación es ahora o nunca.¨ Para que no haya dudas sobre lo que Richeliu quiso decir, el mismo Kissinger lo aclara: “En otras palabras, los estados no reciben crédito en ningún mundo por hacer lo correcto moralmente; solamente se los premia por ser suficientemente fuertes para hacer lo que es necesario hacer.”

En la lógica de Richeliu y Kissinger (y, por supuesto, Nixon), los estadistas son juzgados por la historia solamente en la medida de poder haber asegurado la continua existencia de su estado y la mantención, o mejor, el aumento de su poder en relación a otros estados, más allá de lo que podría considerarse crímenes de lesa humanidad.

Tal vez el mejor epitafio que se pueda dar de Henry Kissinger es el mismo que se dio a Richeliu, el cual, apropiadamente, cita el mismísimo Kissinger, también en su libro Diplomacia: “Al enterarse de la muerte del Cardenal Richeliu, el Pápa Urbano VIII se alega que dijo: ¨Si Dios existe, el Cardenal Richeliu tendrá que responder por muchas cosas. Si no…bueno, tuvo una vida exitosa”.

 

 

Fuente de esta noticia Diario El Deber Bolivia.

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