En otro tiempo, la niñez solía ser la edad de la inocencia, aquella edad en la que los niños ponían a sus padres en aprietos con innumerables “por qué”. ¿Por qué las “hermanitas de calidad” van con la cabeza cubierta? ¿Por qué las ruedas de los ómnibus son redondas, pero la parte de abajo es chatita? Son preguntas que yo, de niño, les hacía a mis padres. Todavía recuerdo mi emoción ante la llegada de los Reyes Magos: cada 5 de enero, mis padres me acompañaban hasta un terreno baldío que había a la vuelta de casa a buscar pasto para dejarles a los camellos.
Mi padre trabajaba en una fábrica. A veces, traía grandes cajas de madera para desarmar y quemar en la estufa. Mientras las cajas estaban enteras, yo las paraba, ponía dentro un banquito y pasaba horas enteras conduciendo lo que imaginaba que era un camión. La dirección solía ser la tapa de una olla. Cuál no sería mi alegría cuando nos visitaba mi tío Lorenzo, que tenía un reparto de vino y, por supuesto, un camión. Mientras mi tío conversaba con papá, yo me subía a la cabina y me convertía en un camionero “de verdad”.
Afortunadamente, conozco niños con la misma inocencia, la misma alegría y la misma capacidad de asombro que tenía yo a su edad. Hoy, sigue siendo posible criar hijos mentalmente sanos, sin complejos, enamorados de la vida, de sus padres, de sus amigos y de Dios. ¿Cómo hacerlo? Custodiando su derecho a la inocencia. Protegiéndolos de ciertos criminales que los esperan a la vuelta de la esquina para robarles el alma. No me refiero aquí a los pedófilos, sino a otras violaciones mucho más sutiles. A saber:
Las pantallas. Los teléfonos, las computadoras, la televisión, las tablets atraen a los niños de tal modo que los vuelven incapaces de separarse de ellos. Numerosos estudios demuestran que las pantallas son perjudiciales, independientemente de que su contenido sea moralmente neutro o aceptable, porque impiden a los niños pensar, dejar volar la imaginación, asombrarse. En algunos países de Europa, han prohibido su uso en las aulas. Y en los colegios a los que asisten los hijos de los ejecutivos de Silicon Valley, el uso de pantallas está vedado por decisión de los propios padres: supongo que no será por retrógrados.
Los contenidos. Algunos de los contenidos que los niños ven en las pantallas, son realmente desastrosos. A partir de determinada edad, los filtros parentales son más un desafío por superar que una barrera real. Luego, ¿de qué se puede asombrar –y qué sensibilidad puede tener– un niño o un adolescente que a través de las pantallas ya lo ha visto todo?
La escuela. Hoy, increíblemente, hay que proteger a los niños de la escuela. Sobre todo, de algunos programas de educación sexual impregnados de ideología de género, y de historia reciente, impregnados de gramscismo. La falta de respeto a las convicciones y creencias de los padres, por parte de un sistema educativo que se cree dueño de las mentes y las conciencias de los niños, llega a ser escalofriante.
El laicismo. El laicismo a ultranza en la educación pública –versión corrupta de la sana laicidad– impide o dificulta a los padres que profesan distintas religiones, brindar a sus hijos una educación abierta a la trascendencia. Esta carencia, impide a muchos jóvenes encontrar sentido a sus vidas. Y hay numerosos trabajos científicos que establecen una correlación positiva entre la falta de sentido de la vida y el suicidio adolescente. ¿Tendrá algo que ver el laicismo con los escalofriantes índices de suicidio que tenemos en Uruguay?
El activismo transgresor. En las marchas que organizan diversos colectivos con el fin de reivindicar sus derechos, a menudo desfilan personas que atentan contra el pudor y la inocencia de los niños. Frecuentemente, se echa en falta la intervención de las autoridades competentes. Este año, sin embargo, desde INAU se presentó una denuncia por involucrar a niños en discursos de odio.
Hay que rezar y trabajar para salvaguardar la inocencia de los niños. Hay que ayudarlos a llenar su memoria con buenos recuerdos y su imaginación con bellos sueños y magníficos mitos. Hay que permitir que se asombren ante las maravillas de la Creación. Porque son los niños, con su sencillez y con su incomparable capacidad de relacionar lo natural con lo sobrenatural, lo material con lo inmaterial, lo visible con lo invisible, quienes pueden reconducir al mundo a Dios. Solo hay que facilitarles las herramientas.
Alvaro Fernandez Texeira Nunes
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/opinion/ladrones-de-la-inocencia/
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