La monogamia y su relación con el deseo son aspectos culturales profundamente arraigados que pocos se atreven a cuestionar. Sin embargo, parece que las nuevas generaciones están desafiando estos paradigmas bajo la influencia de carteles que intentan redefinir y categorizar las identidades sexuales y afectivas, como “pansexualidad”, “poliamor”, “relaciones sexoafectivas” y “agamia”. Pero ¿qué significan realmente estos términos y cómo nos afectan?
La pansexualidad es mucho más que una atracción sexual hacia todos los géneros. Se trata de valorar a las personas por su esencia, su carácter y su belleza interior, más allá de etiquetas de género.
El poliamor, por otro lado, es una expresión de amor que desafía la norma social de las relaciones monógamas, promoviendo la honestidad, la responsabilidad y la ética en el amor hacia múltiples personas simultáneamente.
Las relaciones sexoafectivas, a diferencia de las relaciones de pareja tradicionales, no necesariamente implican un sentimiento de amor y pueden involucrar a dos personas o más, desafiando así las convenciones sociales sobre el amor y la intimidad.
La agamia, un concepto más reciente, rechaza la idea de las relaciones románticas convencionales y aboga por un nuevo modelo social basado en la elección consciente y la libertad de establecer vínculos sin ataduras ni imposiciones.
Sin embargo, más allá de estas etiquetas y definiciones, prefiero pensar en la identificación no como algo impuesto por carteles, sino como un proceso de diálogo y honestidad tanto con uno mismo como con los demás. Me gusta referirme a mi pareja como mi “compañero/a de vida” en lugar de usar términos que sugieren posesión, ya que esta elección diaria se basa en la admiración mutua, el respeto y la afinidad de valores, más que en un contrato de por vida.
Desde esta base fundamental, es crucial abordar el sexo, el deseo y las fantasías con apertura y sinceridad. La capacidad de distinguir entre el sexo y el amor sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad, pero es esencial para establecer relaciones más auténticas y satisfactorias.
En última instancia, lo que importa no son las etiquetas que nos imponen, sino las conexiones genuinas que cultivamos con aquellos que elijamos como compañeros de vida, día tras día, en un constante proceso de crecimiento y entendimiento mutuo.
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