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Sáb. Jul 20th, 2024
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Durante la Olimpiada Nacional de Robótica, que se realizó en el estado Miranda, RT conversó con cinco equipos de estudiantes que presentaron sus proyectos.

Un centro de convenciones repleto de niños y adolescentes que hablan con propiedad de sus robots, de programación y del cuidado del medio ambiente es la escena que más se repite durante el desarrollo de una competición de robótica en Venezuela.

La Olimpiada Nacional de Robótica 2024 fue organizada por el Ministerio del Poder Popular para Ciencia y Tecnología y la Asociación de la Olimpiada Robótica Mundial (WRO, por sus siglas en inglés). En ella participaron más de 500 estudiantes de todo el país que se congregaron por dos días en el Centro de Convenciones del Parque Simón Bolívar de La Carlota, en el estado Miranda, que forma parte de la Gran Caracas.

Un total de 88 árbitros evaluaron los proyectos con criterios como innovación, integración de la electrónica, software libre y capacidad de la solución de problemas planteados, como cambio climático, conservación de la biodiversidad, producción de alimentos en ambientes controlados, colección de materiales contaminantes, reciclaje, entre otros.

Los niños y jóvenes, que conformaron 152 equipos, presentaron sus proyectos bajo el lema de las olimpiadas internacionales ‘Aliados de la Tierra’, que se realizarán en Turquía en noviembre. En esa cita —a la que el país suramericano asiste por segunda vez— participarán los ganadores del evento, que conformarán la delegación venezolana

Tecnología pensada para Venezuela

La ministra venezolana para Ciencia y Tecnología, Gabriela Jiménez, en una conversación con RT, habla sobre lo que ha percibido al intercambiar con los niños y adolescentes que están en la olimpiada.

Me han conmovido. Algunos me han sacado lágrimas”, dice. Explica que los distintos proyectos presentados por los estudiantes demuestran que “hay herramientas de la innovación puestas en práctica que vienen desde su comunidad y liceo, con una solución oportuna para la realidad de Venezuela”.

Queremos sembrar el talento venezolano desde nuestra identidad, afirma y agrega que desde el Ejecutivo se promueve “la creación, la ciencia y la tecnología con pertinencia social, pensada por la juventud”.

Asimismo, al consultarle sobre si los participantes desarrollan una ‘robótica humana’, asevera que la ciencia que hacen los niños “está pensada y resignificada para la vida, por lo que tiene un valor mayor, porque logra tener un principio humanista y eleva el ejercicio ético de la comunidad científica”.

Destaca además la importancia de que sus proyectos puedan “permear al aparato productivo nacional, a los espacios académicos y a lo cotidiano. Que la ciencia y la tecnología se conviertan en una herramienta para superar las sanciones”.

Para entrar al mundo de la robótica infantil y juvenil que late en Venezuela, RT habló con los integrantes de cinco equipos que presentaron sus proyectos para esta olimpiada.

Un robot apicultor

Arya Martínez, de 10 años, le tiene miedo a las abejas, a pesar de que más pequeña soñaba con ser apicultora. Viene del estado llanero de Barinas y junto a su hermana, Amira, de 7 años, creó un robot que captura imágenes de una colmena y las envía a un dispositivo para que sean analizadas en la distancia.

Esta niña venezolana busca beneficiar tanto a los apicultores como a los insectos, a pesar del miedo que pueda tenerles.

Las abejas están en peligro de extinción por los pesticidas y la contaminación atmosférica. Eso nos dio la idea de crear un proyecto de apicultura para salvarlas y también al planeta Tierra”, dice esta estudiante de la Escuela Bolivariana Pedro Briceño Méndez.

Arya aclara que su robot, de nombre ‘Apis’, tiene doble propósito: evitar que el apicultor salga herido por picaduras y que los insectos mueran tras clavar su aguijón. Para ello, el aparato llega a la colmena y con ultrasonido detecta la presencia de las abejas. Así, se detiene y captura imágenes para el análisis y la revisión remota.

El ojo de Richter

Los encargados de este proyecto pensaron en los deslaves causados por el desbordamiento de ríos, producto de las lluvias, y consideraron que podían “brindar una solución amigable y sencilla para mejorar la calidad de vida” de quienes viven en comunidades susceptibles a deslaves o movimientos telúricos, cuenta Eduardo Blanco, de 17 años.

Eduardo comparte grupo con José Vicente Guevara y Jesús Sánchez, ambos de 16 años. Todos son alumnos del Colegio Eduardo Blanco, en Lechería, en el estado Anzoátegui, en la región nororiental. El equipo presenta su solución a una experiencia cercana, pues el cerro El Morro, que se encuentra en su ciudad, tiene una superficie que tiende a presentar deslizamientos de tierra.

Su creación es un detector de deslaves y sismos que consta del Ojo de Richter, un dispositivo que se ubica dentro de la tierra y que percibe todas las variaciones en la inclinación o movimiento. Esa información es enviada a un sistema central, que la vacía a una página web donde, según los datos arrojados, se determina si es un deslave o un terremoto.

Cuando el robot detector percibe que hay un movimiento horizontal, un deslizamiento de tierra o un cambio de humedad y temperatura del suelo, determinará que es un deslave, encenderá una luz LED roja y emitirá un patrón de sonido específico. Si en cambio, el movimiento es muy fuerte, arrojará que es un terremoto, se activará una luz azul y habrá una alarma distinta.

En cuanto al tiempo previo en el que se puede recibir esa alerta temprana, explica que debido a que un deslave se produce por la acumulación de sedimentos durante varios días, es posible saber que podrían ocurrir con dos semanas de antelación.

Una mano robótica

La sensibilidad que despertó en dos estudiantes de la Universidad de Carabobo, en el estado del mismo nombre, los casos de las personas con discapacidad motriz o con amputaciones, que no cuentan con los recursos para tener una prótesis, se tradujo en un proyecto concreto.

Gabriel Romero y su compañero Javier Molina desarrollaron una prótesis biomédica con tecnología robótica llamada Bio Modick, modelo PR-004. Parte de su cubierta está hecha con plástico reciclado de botellas, que luego se transforma en el que usan las impresoras 3D.

“Todo esto se ha hecho con la finalidad de ayudar a las personas de bajos recursos que necesiten una extremidad, para que así tengan una nueva oportunidad”, afirma Gabriel Romero. Debido al material usado, el costo se reduce en 60 %.

Más 3D

Una pregunta muestra cómo se percibe la adolescente venezolana Alexandra Sánchez, que participa en esta olimpiada. Al indagar si ella y su compañera, Michelle Carneiro, en el futuro serán científicas, de inmediato surge su respuesta: “Nosotras somos y seremos mujeres de ciencia”.

Este dúo, que estudia en la Unidad Educativa Privada José Gregorio Monagas, en El Tigre, estado Anzoátegui, desarrolló la máquina multifuncional ‘Más 3D’, que permite, mediante procesos de adición y sustracción, crear bloques para construir muros de tierra armada que soporten la erosión del terreno causada por las lluvias para evitar deslaves.

Los bloques son elaborados con filamento de plástico de botellas “para no solo darles una segunda vida, sino ayudar con la problemática de la contaminación ambiental”, apunta Alexandra.

Aplicamos la innovación sostenible y tecnológica para demostrar que los venezolanos podemos realizar aquí tecnología útil”, explica. El artefacto también incluye un manual de uso que podría distribuirse en los centros educativos con el fin de que los alumnos puedan construir y manejar este tipo de máquinas.

“Que un niño sepa que lo que está pensando en su cabecita lo puede diseñar y, que en cuestión de unos minutos, lo tenga en sus manos”, agrega.

Siembra electrónica

Anthony Díaz, de 14 años, Santiago Sánchez y Humberto Becerra, ambos de 15 años, desde primer grado conocen sobre programación, por lo que el desarrollo de un robot no es algo totalmente desconocido para ellos.

‘Beetlebot’ es un robot agricultor que cumple tres funciones en lugar de una, a diferencia de otros, y está programado con lenguaje Python. Al iniciar su funcionamiento perfora la tierra, deja caer semillas sobre el agujero y lo sella con el parachoques.

Este artefacto, similar a un tractor, tiene las ruedas lisas para evitar la degradación de los suelos.

Esperamos que Beetlebot pueda ayudar a todos esos agricultores que sufren de enfermedades lumbares, problemas de cansancio, fatiga, falta de tiempo, para que puedan seguir ejerciendo este tipo de labores sin tener tantos inconvenientes”, dijo Anthony.

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