Llegó recientemente a mis manos El dilema de Neo. ¿Cuánto hay de verdad en nuestras vidas? (Editorial Rialp), escrito por el filósofo David Cerdá. Su portada no puede estar mejor diseñada. Representa dos manos que ofrecen una píldora roja y otra azul. En eso consiste el dilema de Neo, uno de los personajes de una película clásica de ciencia ficción, Matrix (1999), que cumple ahora un cuarto de siglo.
Matrix es el punto de partida de este libro. Es el símbolo de una inteligencia artificial esclavizadora en un futuro en que las máquinas se han impuesto sobre los hombres, a los que roban su energía. Surge un grupo rebelde, dirigido por Morfeo, para liberar a los seres humanos, y el líder intenta que Neo se una a ellos. Le ofrecerá una de las dos píldoras, y Neo hará la elección adecuada.
David Cerdá conoce muy bien la filosofía y la psicología, a la vez que es un gran lector y un cinéfilo empedernido. Por eso hará uso de todos esos recursos para acompañar a quien lea este libro en busca de la verdad. Sin embargo, no cree el autor que estemos viviendo en lo que algunos llaman la era de la posverdad, pues la propaganda, las falacias, los bulos y las mentiras han existido desde siempre. Quienes se sientan cómodos en esta era de la ignorancia voluntaria, en la que se sobrevalora la expresión y se minusvalora el juicio, no son lectores a los que pueda gustar este libro.
David Cerdá, ‘El dilema de Neo’ (Rialp).
Otros posibles títulos para este libro serían Elogio de la lucidez o En busca de la lucidez. Es una obra no solo para indagar y aprender sino para tomar decisiones prácticas gracias a lo descubierto. La lucidez sirve para buscar la verdad y solo la encuentran quienes se enamoran de ella, aunque entrañe sacrificios, pero a la vez conlleva satisfacciones.
La vida se plantea, por tanto, como una búsqueda de la verdad, aunque muchos ni se lo plantean. Por eso, tal y como asegura Cerdá, la vida, cuanto más vacía, más pesa. La lucidez es una bocanada de aire frío, que nos despierta y nos ayuda a amar lo bello y a aborrecer lo falso. La lucidez es, además, ansia de saber, pero lo cierto es que algunos reducen ese ansia a una curiosidad vacía. Esto me recuerda a tantos “debeladores” de misterios, amantes de fenómenos paranormales y de supuestas conspiraciones del pasado, que derrochan una verborrea, en palabras e imágenes, que no parece influir demasiado en sus vidas personales. Son curiosos, aunque esa curiosidad no transforma sus vidas y en muchas ocasiones solo engrosa sus cuentas corrientes.
En ese afán de conocimiento no se predica nunca el “conócete a ti mismo” de los griegos. Solo se hurga en lo ajeno sin más afán que el de una curiosidad insaciable y consumista. Triunfa la curiositas sobre la studiositas, muy recomendada por un gran filósofo como Tomás de Aquino, tal y como recuerda Cerdá. Me limitaré a añadir que de la simple curiosidad no nace necesariamente la verdad. Puede incluso que sea rechazada si no encaja en nuestras ideas preconcebidas.
Esta obra es también un alegato contra la celeridad, contra el predominio del pensamiento rápido sobre el pensamiento lento. Así lo exige esa ley del mínimo esfuerzo, que además se suele justificar con criterios de utilidad. En opinión del autor, “la obsesión por lo útil es necia y propia de quien vive cautivo”. Surge enseguida en la obra la reflexión sobre la actitud del ser humano ante la vida, su elección entre el ser, el tener y el parecer. Pero solo persigue la verdad quien apuesta por el ser. Ser es ir al encuentro de la realidad y en ese encuentro tiene que haber lugar para el asombro. La lucidez y el asombro van juntos. La lucidez es un destello, es el acto de maravillarse, algo que abre el cauce del pensamiento.
Elogio del pensar y de la lucidez
Uno de los principales capítulos de este libro está dedicado a la lucidez, una tarea nada fácil pues el ser humano se desliza a menudo hacia el autoengaño. La lucidez implicar ponerse en marcha, esforzarse y ser humildes. No caigamos, sin embargo, en esa caricatura a la que se refiere Cerdá: la de convertirse en una persona taciturna, cargada de palabras profundas. Hace mucha falta el sentido del humor, incluso para reírse de uno mismo. El buen humor siempre ha sido un arma contra los fanatismos, ásperos y huraños por naturaleza. Pese a los obstáculos, el lúcido cree que la verdad existe, y que consiste en la adecuación a la realidad. Es falsa la existencia de una verdad subjetiva, tal y como afirma el relativismo imperante.
David Cerdá habla sobre los contenidos de ‘El dilema de Neo’.
Podría decirse que esta obra es, además, un elogio del pensar, pero no a la manera cartesiana del “pienso, luego existo”. El planteamiento del autor es, por así decirlo, mucho más riguroso y va desplegando ante el lector las piezas del pensamiento: hechos, ideas, argumentos, opiniones, teorías, fes, creencias, ideologías, paradigmas… Podría decirse que son “municiones” para el pensamiento lento, elogiado por Cerdá.
Sin embargo, en el mundo de hoy la opinión y la saturación de información parecen serlo todo. Es el triunfo de la superficialidad. No basta para comprender lo complejo, pues eso se hace por medio del estudio y, como bien dice Cerdá, lo que el lúcido hace a lo largo de su vida es estudiar. Con todo, el modelo del autor no es el del sabio inconmovible, pues necesitamos de los demás. Dice al respecto: “Ser lúcido no solo es pensar sino también sentir. Implica necesariamente amar, pues, sin amor, la vida humana no es verdadera”.
Hay que encontrar la verdad con los otros. Sin embargo, no parecen enterarse de ello los que se dejan llevar por el emotivismo, los que dicen que hay que ser “positivos”, que es solo una forma de buscar emociones agradables, y esto lleva a la frivolidad. Una palabra, por cierto, que parece haber caído en desuso.
Han pasado más de 90 años desde la publicación de Un mundo feliz de Aldous Huxley. David Cerdá recuerda que el personaje del salvaje, que se rebela ante la tiranía, reclama el derecho de ser desgraciado. Es mejor ser libre en el infierno que cautivo en el paraíso. Es un modo de decir que somos seres en construcción, ni dioses ni animales. Pero somos libres si nos preguntamos que vamos a hacer con nuestras vidas en vez de permanecer pasivos y preguntarnos de continuo qué nos va a pasar. Madurar y comprometerse. Argumentar, dudar y estudiar. Por eso, la lucidez supone un compromiso vital e irrenunciable. El lúcido sabe huir de los engaños que pretenden apartarnos de la realidad. Ama la realidad misma. Ama la vida como viene, sin esperar, para quererla, a que sea como le gustaría que fuese. Es el que disfruta madurando y ayuda a otros a madurar.
Al final, hay que decidir entre tomar la pastilla roja o la pastilla azul de Matrix. La pastilla azul llevará a Neo en seguir en la ignorancia y la permanencia en un mundo ilusorio. El color azul me recuerda al río Leteo, de la mitología griega, cuyas azules aguas llevaban al olvido a quienes las bebían. Optar por pastilla roja, como hará Neo, es buscar la verdad, aunque pueda ser dolorosa. Se me ocurre que ese color rojo es del sol naciente que se abre a un nuevo día. A decir de nuestro autor, esta opción tiene el asombro en su principio y es la puerta de entrada a la verdad. Es la puerta de la lucidez.
Publicado en Páginas Digital.
Antonio R. Rubio Plo
Fuente de esta noticia: https://www.religionenlibertad.com/opinion/181761778/camino-lucidez.html
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