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Mar. Ago 13th, 2024
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POR: CARLOS FAJARDO @CarlosFajardila “Fastidiardo”

Con un lacónico, pero gentil, escrito la joven y brillante médica Catalina Gutiérrez se despide de sus colegas de tormento y de su hoy consternada familia, instándolos a resistir y seguir adelante, en tanto ella, destrozada y rota, abre sus alas de golondrina y vuela a la eternidad.

Enredado entre las plumas de la golondrina llegó el verano, pero no es un verano cálido, es un incendio de indignación y remordimientos.

No podemos simplemente dejar pasar lo que reveló Catalina con su autoinmolación.

No es sólo una prestigiosa Universidad la que camina sobre las llamas del escándalo: El sistema de educación y formación de los profesionales de la medicina hiede y atrae nuestra atención hacia un secreto a voces del cual pocos hablaban en voz alta: La degradación del esfuerzo con el martirio, el ultraje, la humillación.

Que el estudio de la Medicina es exigente, que impone sacrificios, que implica dedicación y esfuerzo, noches de insomnio, lectura y más lectura, no es un hecho sorprendente ni desconocido, lo controvertible es la idea de que es justamente el camino de abrojos lo que acrisola la vocación.

¿Será?

¿Por qué tiene que ser así?

La educación médica parece que se quedó atrapada en un anacronismo feudal y dictatorial.

La formación médica no puede ser una tortura, quienes imparten los conocimientos prácticos y teóricos no pueden ser verdugos y los aprendices no deben convertirse en víctimas.

La cacofonía estridente de quejas y testimonios repugnantes pone sobre la palestra un grave problema referente a la metodología de enseñanza del arte médico, la propensión al autoritarismo, el sarcasmo, el abuso y la humillación deliberada y sistemática del aprendiz. Una infame cadena de denigración, acoso e insultos.

Catalina desesperada se sintió sin opciones, sus verdugos la llevaron al borde mismo del precipicio, no tenía por qué ser así. Ella sólo quería aprender, soñaba con ser cirujana, pero sus sueños fueron sistemáticamente demolidos por la arrogancia de sus maestros y el silencio de sus pares.

¿Nadie lo notó?

¿Nadie lo denunció?

¿Tenía que morir Catalina para que su tormento fuera revelado, reconocido y confesado por muchos que también lo sufrieron y sólo hasta ahora encontraron la voz, la voluntad, la valentía y las palabras para describirlo?

El silencio de las víctimas es garantía de impunidad.

¿Para qué sirven ASCOFAME, LA ACADEMIA NACIONAL DE MEDICINA, LOS COLEGIOS MÉDICOS, LA FEDERACIÓN MÉDICA COLOMBIANA, LOS MINISTERIOS DE EDUCACIÓN Y SALUD?

¿Para qué la Fiscalía?
¿Para qué las normas?
¿Para qué los derechos humanos?

No basta con obituarios coyunturales, convenientes e hipócritas, lo que más lacera hoy es el silencio de las autoridades: El acoso laboral y sexual no son especímenes de estudio, son delitos y quienes los perpetran son delincuentes.

No basta con anunciar investigaciones exhaustivas ni congestionadas reuniones de directivas, maestros y alumnos, deben existir las regulaciones, los instrumentos y la voluntad para vigilar su aplicación.

Todo lo demás es un canto a la bandera.

Hay que promover una cultura de respeto y cordialidad, verdadero colegaje.

Hay que denunciar, investigar, sancionar ejemplarmente y apartar a los verdugos.

Hay que atacar con firmeza las carencias del sistema de salud frente al cuidado de la salud mental de los ciudadanos.

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