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John Brinkley hacía una operación en la que injertaba las glándulas de un animal. Decía que ese procedimiento era “milagroso”. Los detalles del engaño en la operación y cómo terminó su vida el falso médico

En el medio oeste de Estados Unidos, apenas terminada la conquista del oeste y la conformación de ese país como lo conocemos actualmente, había un médico que recorría los pueblos en una carreta destartalada. John Romulus Brinkley prometía lo impensable: una cura milagrosa para la impotencia masculina y prácticamente cualquier otro mal que tuvieran sus pacientes. El doctor tenía una incipiente barba y unos anteojos redondos que le daban el aura de científico sabelotodo. En cada localidad que llegaba la calle principal se colmaba de curiosos que esperaban las historias de hombres salvados por sus pócimas mágicas.

Para curar la impotencia masculina, su procedimiento, tan extravagante como lucrativo, consistía en trasplantar testículos de cabra a los escrotos de los hombres, lo que según él, devolvía el vigor perdido. A cambio de 750 dólares —una suma que hoy equivaldría a cerca de 10.000—, Brinkley aseguraba una virilidad renovada y una vida sin dolencias. Las glándulas de cabra lo catapultó a la fama y, durante más de una década, acumuló una fortuna impensable.

Sin embargo, las afirmaciones de Brinkley no estaban respaldadas por la ciencia, y tanto la validez de su método como la autenticidad de su título médico fueron objeto de escrutinio constante. Su carrera estuvo marcada por la controversia, la duda y la tragedia. Los informes de mala praxis se multiplicaron, y a lo largo de su vida se le atribuyeron una docena de muertes derivadas de sus procedimientos. Pero nada de esto frenó su ascenso meteórico: a pesar de las advertencias de la Asociación Médica Americana (AMA), que catalogó sus métodos como peligrosos y fraudulentos, Brinkley se mantuvo como una de las figuras más influyentes de la medicina popular durante más de una década.

A cada pueblo que llegaba, llevaba la esperanza de curas milagrosa. Los hombres con problemas de impotencia casi que formaban fila frente al carromato en el que atendía y en el cual llevaba sus pócimas. Luego, en general usaba el quirófano alquilado a alguna clínica privada para efectuar los injertos de testículos de cabra.

Brinkley decía que las glándulas de cabra era milagrosas (Wikipedia)Brinkley decía que las glándulas de cabra era milagrosas (Wikipedia)

La infancia del falso médico

Brinkley había nacido el 8 de julio de 1885 en Beta, Carolina del Norte. Fue el hijo ilegítimo de un médico rural. La sombra de la ilegitimidad lo acompañaría toda su vida, tanto en su origen familiar como en su formación profesional. Cuando su padre falleció en 1896, John, apenas un adolescente, se vio obligado a convertirse en el sostén de su familia. Alternó trabajos como operador de telégrafos y cartero mientras dedicaba sus horas libres al estudio de la Biblia y remedios caseros. Una primera señal de lo que sería su futuro en el mundo de la medicina alternativa.

Con el tiempo, Brinkley se casó con Sally Wike, una mujer con la que inició una empresa nómade de espectáculos itinerantes. Juntos organizaban pequeñas obras de teatro para atraer multitudes a quienes luego vendían tónicos y medicinas herbales de dudosa efectividad. A medida que se acumulaban las deudas, la pareja buscó darle un barniz de legitimidad a su negocio, lo que llevó a Brinkley a matricularse en el Bennett Medical College de Chicago. Sin embargo, los problemas financieros lo obligaron a abandonar los estudios antes de obtener su título.

Lejos de desanimarse, Brinkley continuó su camino hacia el estrellato médico. Tras abandonar a Sally, se casó nuevamente y comenzó a practicar como “especialista en hombres” en Tennessee, y más tarde como “Doctor Electro Medic” en Carolina del Sur. Su “medicina eléctrica”, supuestamente importada de Alemania, prometía mejorar la virilidad masculina, aunque en realidad no era más que agua teñida. No tardó en caer nuevamente en la bancarrota, lo que lo llevó a cumplir una breve condena en prisión por sus deudas.

En el verano de 1914, tras ser liberado por su suegro, Brinkley se estableció en Judsonia, Arkansas, donde abrió un consultorio especializado en el tratamiento de mujeres y niños. Allí, su práctica comenzó a ganar notoriedad entre la población local. Pese a sus fracasos anteriores, Brinkley estaba decidido a cumplir su sueño de convertirse en médico. Se inscribió en la Eclectic Medical University de Kansas City, una institución de dudosa reputación que, según se descubriría más tarde, emitía diplomas falsos. Brinkley obtuvo su certificación a través de un “certificado fantasma”, lo que le permitió continuar su carrera sin haber completado una formación legítima.

Una publicidad de Brinkley en los medios de comunicación de Estados Unidos (Wikipedia)Una publicidad de Brinkley en los medios de comunicación de Estados Unidos (Wikipedia)

En 1916, Brinkley se trasladó a Milford, Kansas, donde abrió una clínica de 16 habitaciones. Durante dos años, vivió de manera modesta, atendiendo a pacientes que sufrían de la pandemia de gripe, y poco a poco se ganó la confianza de la comunidad. Sin embargo, su verdadera fama comenzó cuando un paciente, un granjero, se quejó de sufrir impotencia. Fue en esta visita cuando a Brinkley se le ocurrió la idea que lo convertiría en un hombre millonario. Entre bromas, Brinkley señaló los testículos de una cabra cercana y le comentó al hombre: “No tendrías ningún problema si tuvieras un par de esas glándulas de macho en ti”. Para sorpresa de Brinkley, el granjero respondió con entusiasmo: “¿Por qué no me las trasplantas?”

La fama del tratamiento de Brinkley

A partir de ese momento, la vida de Brinkley cambió para siempre. En 1920, realizó el primer trasplante de testículos de cabra en un ser humano, y cuando la esposa del granjero dio a luz a un niño meses después, el rumor de que el procedimiento de Brinkley podía devolver la fertilidad se esparció como pólvora. El “milagroso” nacimiento del pequeño Billy, el primer bebé concebido tras una operación de glándulas de cabra, consolidó la fama del falso médico. Pronto, hombres de todo el país acudían a su clínica, dispuestos a pagar grandes sumas por la esperanza de recuperar su potencia sexual. También, lo esperaban ansiosos en sus pueblos cuando Brinkley salía de gira por el medio oeste.

La operación, aunque rudimentaria y científicamente insostenible, catapultó a Brinkley a la fama nacional. La cirugía consistía simplemente en coser el testículo de un cabrito al escroto de un paciente. Brinkley no unía el testículo con vasos sanguíneos y, en consecuencia, la glándula en realidad no interactuaba internamente con los cuerpos de los pacientes, y no tenía una base médica real.

Sin embargo, en 1922, el Los Angeles Times publicó un artículo en portada con el titular: “Nueva vida en glándulas. Los pacientes del doctor Brinkley muestran mejorías. Se curan enfermedades incurables”. Esta publicidad llevó a Brinkley a realizar más de 1.200 operaciones exitosas, según sus propios informes, y lo convirtió en millonario en cuestión de muy pocos años.

Brinkley no tardó en afirmar que las glándulas de cabra no sólo curaban la impotencia, sino que podían curar casi cualquier cosa. La gripe y el insomnio desaparecían después de cada operación de glándulas de cabra, afirmaba, mientras que los locos podían ver con claridad en tan sólo 36 horas después de la operación.

El quirófano que usaba Brinkley para sus operaciones (Wikipedia)El quirófano que usaba Brinkley para sus operaciones (Wikipedia)

Las historias de Brinkley eran increíbles. En un artículo, describió la recuperación milagrosa de un paciente al que ningún manicomio pudo ayudar: “Al segundo día de haberme insertado las dos glándulas de los machos cabríos, me habló y me dijo: ‘Doctor, ¿podría quitarme las correas para que pueda descansar cómodamente? Ahora estoy perfectamente consciente de todo y me siento como si me hubieran sacado de la tumba’”.

Brinkley también hizo publicidad como nadie lo había hecho antes. Llenó los periódicos con anuncios en los que aparecía sosteniendo en brazos al pequeño Billy, el primer niño nacido con glándula de cabra del mundo.

El doctor no solo era un cirujano popular; también era un experto en marketing. En 1923, estableció su propia estación de radio, KFKB (Kansas First, Kansas Best), desde donde promovía sus operaciones y ofrecía programas de consulta médica, como su famoso “Cuadro de preguntas médicas”, donde respondía inquietudes de los oyentes sobre problemas de salud, siempre con una receta infalible: sus productos farmacéuticos y las operaciones de trasplante de glándulas.

A pesar de su éxito comercial, la Asociación Médica Americana y otros organismos de salud pública veían a Brinkley como una amenaza. Desde el comienzo de su carrera, la AMA había advertido sobre los peligros de sus procedimientos y la falta de evidencia científica que los respaldara. Sin embargo, fue en 1930 cuando las autoridades tomaron medidas definitivas. El Consejo Médico de Kansas inició una investigación que reveló la trágica verdad detrás del éxito de Brinkley: había firmado más de 42 certificados de defunción de pacientes que fallecieron tras someterse a sus procedimientos.

Una farmacia vendía las pócimas milagrosas de Brinkley (Wikipedia)Una farmacia vendía las pócimas milagrosas de Brinkley (Wikipedia)

La caída del falso médico

Como resultado, el 3 de julio de 1930, Brinkley perdió su licencia médica, y pocos meses después, su estación de radio fue clausurada por la Comisión Federal de Radio.

Aunque sus días de gloria parecían haber terminado, Brinkley no se rindió fácilmente. Intentó postularse como gobernador de Kansas, con la esperanza de recuperar el control político y legal que necesitaba para revalidar su licencia, pero perdió las elecciones. Luego, llevó su operación de radio al otro lado de la frontera, en México, donde las autoridades estadounidenses no podían silenciarlo. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. En 1938, el periodista Morris Fishbein publicó un artículo que lo calificaba como “un charlatán moderno”, lo que llevó a Brinkley a demandarlo por difamación. Perdió el caso.

Tras la derrota judicial, una avalancha de demandas por negligencia lo dejó en la ruina. Fue declarado culpable de fraude postal y, debido a complicaciones médicas, perdió una pierna. Arruinado y sin aliados, John Brinkley murió el 26 de mayo de 1942 en San Antonio, Texas, a los 56 años, sin un centavo y olvidado por aquellos que alguna vez lo veneraron como un salvador. Y aceptaron someterse a los injertos de testículos de cabra.

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