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Columnista de Opinión: Carlos Fajardo
@CarlosFajardila 

Ya sabe uno que, al igual que los truenos y los relámpagos en la distancia, un rumor aparentemente inocente puede ser el anuncio de una gran tormenta mediática, lo hicieron recientemente con Laura Sarabia.

 En efecto, pocos días antes de convertirla en un monstruo abusivo y una ladrona del erario, la revista Semana publicó un reportaje sacándola de la penumbra prudente en la que se movía de forma eficiente respaldando la labor del nuestro presidente Gustavo Petro.

 A los pocos días ese mismo medio soltó la bomba: Laura Sarabia era poco más o menos una criminal abusiva que se habría apoderado de pingües recursos del estado y además había utilizado su impresionante poder en contra de una pobre mucama, convertida de ladrona en heroína, una especie de Robin Hood, que habría sustraído algo así como seis mil dólares mal habidos a la poderosa funcionaria. “Ladrón que roba a ladrón”, decía, haciendo alarde de ese sarcasmo conspirativo y vindicativo de la gente del común un pequeño comerciante en su tienda a quien quisiera o no quisiera escucharlo.

No contentos con eso empezaron a inflar la suma, resultó que ya no serían 6 mil dólares, suma fácilmente justificable con los ingresos salariales y viáticos de la Dra. Sarabia, sino algo así como 300 millones de pesos.

Entusiasmados por el escándalo creciente que su anterior afirmación había generado y aún no contentos con esa cifra, basados como siempre, en testimonios de testigos anónimos, decidieron aumentar la apuesta y salieron a decir que eran más de tres mil millones, que los mismos iban en tres maletas y que no eran de Laura sino del propio presidente Petro a quien su funcionaria de confianza encubría.

 Ya en este momento era evidente hasta para el más distraído que no iban ni por la mucama, ni por Laura Sarabia, ni por los dólares o los miles de millones de pesos, sino por el presidente Petro.

La cosa continuó de manera que se vino a saber que, al igual que muchas empresas lo hacen para reclutar a personal de alta confianza, en Presidencia existía el recurso de un detector a mentiras para efectuar entrevistas a diferentes personas que se mueven en el círculo íntimo del mandatario.

Eso no tendría gran significado e importancia, si no fuera porque salió a relucir que la pobre Robin Hood había sido interrogada y sometida al polígrafo para esclarecer la pérdida de los recursos sustraídos.

En su desarrollo surgieron otros eventos que contribuyeron a caldear aún más el ambiente: Descubrieron que había diferencias entre la Señora Sarabia y Armando Benedetti, se llegó a hablar de dineros ilícitos en la campaña y de lavado de activos, la Fiscalía apareció como la gran respuesta y la gran justiciera y empezó a citar a diestra y siniestra a las personas implicadas en el affaire.

Un coronel de la policía de encomiable paso por la institución, a los pocos días fue hallado muerto en el vehículo asignado para su transporte. Todo parecía indicar que se trataba de un suicidio, pero otra vez Semana le dio vida a un rumor terrible, según estos expertos creadores y difusores de rumores, el oficial había sido víctima de un asesinato y, palabras más, palabras menos, los hilos de su fabulación, que no investigación, parecían llegar hasta la figura que realmente era el objetivo final de todo el escándalo, el minucioso y sistemático montaje: El propio Presidente de la República.

Sin esperar a que la Fiscalía salvadora y mesiánica se pronunciara, la oposición inteligente convocó a una gran “manifestación de las mayorías” en las cual no faltaron los carteles alusivos al escándalo con mensajes incriminatorios en contra de Gustavo Petro: Según los agentes de la oposición él y sólo él era el asesino en las sombras, el cruel cerebro detrás del asesinato del coronel.

Ante el fracaso reiterado de sus convocatorias, con el apoyo de los medios mercenarios y serviles convertidos en canales de propaganda, apelan al miedo, a la rabia. Quieren muchedumbres embravecidas, provocan, llaman al desastre, a la guerra popular. Está otra vez en juego su credibilidad…

El rumor malintencionado, venenoso, destinado a generar temor, desconcierto, rabia, es una de las habituales y exitosas estrategias de la derecha. Repetido una y otra vez, en diferentes formas, propalado e intensificado por la prensa a sueldo, les permitió lograr hitos viles, como el No a la Paz, el fracaso de la consulta anticorrupción, sin contar en su momento con los triunfos de Uribe.

Sin embargo, con el tiempo la gente se torna menos influenciable, un poco menos manipulable, menos crédula, por eso la estrategia se recrea, apela a nuevos trucos, a nuevos rumores cada vez más escandalosos, se juega con fuego quemando en forma inmisericorde la imagen, el honor y el prestigio de las personas objeto de su encono, aquellos que perversamente señalan como los culpables de todo cuanto sucede.

Uno diría que esperaban una gran movilización de las fuerzas reaccionarias, un paro armado de las estructuras de las águilas negras, incluso esperaban que hubiera ruido de sables entre las fuerzas armadas leales a los tradicionales genocidas y corruptos y fue patente la invitación con todo el desparpajo para que salvarán al país y dieran un golpe de estado.

Llegaron incluso a publicar, previendo esa gran contrarrevolución de la caverna, una lista de consejos elaborada para afrontar una crisis sin par, una revolución, un levantamiento violento de los sectores privilegiados.

Por supuesto el objeto de esa lista de consejos y las declaraciones de unos cuantos y desconocidos “expertos” no tenían por objeto “salvar vidas” sino generar mayor temor entre la gente, provocar al populacho, hacer un llamado al desorden y de paso a las fuerzas oscuras que hay aún en la milicia y la policía, grupos paramilitares y no pocos ingenuos crédulos adocenados pacientemente.

A ellos no les importa el limitado alcance de su convocatoria, lo saben, cuentan con eso, por eso ven con agrado la convocatoria de quienes sí la tienen, así sean sus adversarios. Lo que les importa es el caos y sacar pecho diciendo que tenían razón, que la gente les comió cuento. No les importa su cada vez menor convocatoria, eso lo saben, cuentan con la del gobierno. Quieren el caos, enfrentamientos en las calles, violencia y sangre en las veredas, para arrogarse su infame mérito y danzar beodos en las vías ensangrentadas. Son heraldos de la muerte…

El gobierno les responde pidiéndole a la gente defender las reformas en la calle. En esa lucha de credibilidades y apoyos en un país tan proclive a solucionar las diferencias con sangre, hay que actuar con mucha prudencia, no se le puede hacer el juego a los violentos que se frotan las manos y que siempre han jugado con fichas prestadas: la vida de otros.

Hay que atacar la propaganda, desarmar sus mentiras, desactivar sus verdades a medias. Una estrategia de medios. No se trata de enfurecer al buey manso, hay que desactivar el odio, exponer a sus instigadores, castigarlos con la dureza de las leyes existentes, sancionar los medios propagandísticos, en un futuro democratizar su propiedad dado su valor en defensa del derecho a la información.

Hemos vivido siempre bajo la impronta de la violencia selectiva, direccionada desde las altas cumbres hacia quienes osan oponerse al estado habitual de cosas, al establecimiento que se alindera con el privilegio y le pone trabas al derecho. No hay perdón para la rebeldía…

El rastro de sangre se mantiene a través del tiempo, desde la gesta de los comuneros, la pacificación, la violencia de mediados del siglo pasado y siempre en el marco de nuestra guerra de “baja intensidad” que nos legó el genocidio como elemento disuasivo (UP, falsos positivos)

La muerte ha sido el destino del rebelde en esta sociedad, el asesinato continuo de excombatientes lo demuestra y pone en tela de juicio la real voluntad de paz de nuestra nación. No basta con revelar la existencia de una inercia criminal del estado. hay que frenar la hemorragia.

Angustiados por el avance de la justicia restaurativa engendrada en el proceso de paz con las FARC tratan de armar barullo, mover el avispero para a la sombra del caos intentar, en el peor de los casos alcanzar a poner los pies en polvorosa o bien, timar cándidos para lanzarse a la recuperación del poder.

El cerco de la justicia se cierra sobre el gran responsable, la verdad se abre camino pese a las triquiñuelas de los asesinos, a sus mensajes asqueantes de odio, a la propaganda que los ubica en el plano de la necesidad y las circunstancias. Nunca fue necesario el asesinato.

¿Entonces el heroico general Montoya, el del montaje de la operación Jaque, resultó ser, más que un gran comediante, un desalmado asesino? Colombia es escenario de miles de crímenes, nuestra historia está escrita con sangre de inocentes y nuestro suelo sembrado de tumbas anónimas.

La imputación de Mario Montoya revela que hemos estado en medio de sociópatas y sicarios frente a los cuales los crímenes de Popeye y Garavito parecen fruslerías. El asesinato selectivo ha sido una de las estrategias disuasivas más exitosas del establecimiento.

En nuestros tiempos el asesino sin par es, sin lugar a dudas, el prócer de la derecha, el águila negra de los 3 huevitos, el ya avejentado y avinagrado alias Matarife. Voces acusan a Virgilio Barco de ser el cerebro tras el genocidio de la UP. La lista de infames sigue y sigue…

Tras de ellos el tercer lugar podría ser ocupado por el genocida Laureano en franca disputa con el “legado” del Carnicero Valencia, la lista debería pasar por el creador del “estatuto de seguridad”, el execrable Turbay. Más abajo, por supuesto, el criminal Escobar, sus socios, sus enemigos y competidores en los otros carteles, mucho más abajo los temibles Popeye, Pinina, el infanticida Garavito. Mucha sangre ha corrido, muchos inocentes han pagado el tributo a esa violencia brutal y multicausal que nos agobia.

¿Cuándo seremos capaces de decir no más?

Mientras en nuestro país la JEP empieza a acercarse a los últimos responsables del baño de sangre que nos ha agobiado por tantos años, tanto los de una vertiente, como los de las otras, en otras latitudes aparecen personajes siniestros que llegan con un mensaje autoritario que parte de negación de los derechos humanos y reafirman y tratan de justificar y “naturalizar” el privilegio.

Difícil explicar y justificar este retroceso: Al igual que la lucha por los derechos humanos, la lucha por la verdad y la justicia es una tarea que se debe renovar a diario. No podemos dormirnos en los laureles y en los hitos históricos, la historia se construye en lo cotidiano.

Es un trabajo sistemático, tesonero, de todos los días, porque así mismo es el trabajo de quienes tienen interés en negar el pasado luctuoso, trágico e infame del cual han sido protagonistas principales.

No basta con penalizar el negacionismo, debemos promover el estudio de la historia desde las aulas básicas como una transversalidad que nos habilita para asumir en el presente la tarea a diario renovada de ser ciudadano, no cejar en el empeño de luchar por una sociedad más justa.

La justicia tarda, pero que llega, claro que llega, tarde o temprano, por más importancia, arrogancia o narcisismo, por más pretendida sapiencia, preparación o apostura que quieran exhibir los victimarios, por más amenazantes y poderosos que se muestren los asesinos en las sombras.

Los cocos crecen y se desarrollan en las alturas, pero cuando están maduros caen, siempre caen…

Alguien tendrá que responder por la masacre a cuentagotas de excombatientes y también de líderes sociales, por el uso, abuso y omisión de los esquemas de protección y su infiltración por los violentos, por el nulo avance de las investigaciones, por la impunidad y negligencia de los asesinos y sus financiadores, ordenadores del consumo de plomo, determinadores últimos de sus acciones violentas.

Más temprano que tarde la justicia llamará a personajes que se creen intocables, inmaculados, bien intencionados y puros, como el manipulador culebrero del Ubérrimo, despojador de tierras, impulsor de paramilitares y usurpador de baldíos. El nóbel de la paz con “rabo’e paja”…

La verdad silenciada, eludida, maquillada, escondida e ignorada saldrá a flote. La luz llegará a los tenebrosos meandros de la impunidad y del miedo. La verdad que restaña las úlceras supurantes de una sociedad agobiada por el dolor y el abuso.

Habrá luz al final del túnel…


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