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Pudo haber sucedido en alguna pequeña república del Tercer Mundo, poco poblada, exportadora de materias primas y básicamente agropecuaria. Las enfermedades endémicas del ganado, la costosa, ineficiente y mal retribuida burocracia estatal, el escaso hábito de trabajo y los fracasos deportivos, todo esto unido a una natural predisposición hacia la rutina y a la poca imaginación habían llevado al país a la más grave crisis de su breve historia. El índice de desocupación subió en forma alarmante. Los conflictos sociales estallaron entre manifestaciones y huelgas generales. La inseguridad se adueñó de una población cada vez más deprimida que buscaba refugio en sus casas apenas caía la tarde. Los dos principales equipos de fútbol que se disputaban los favores de la afición eran continuamente eliminados de las competencias internacionales por rivales de países desconocidos. El Consejo de Ministros realizó un paro de brazos caídos reclamando inmediato aumento de salarios.

Todas las miradas convergieron entonces en el único héroe capaz de salvar la civilización: White del Carpio. Ganadero, abogado especialista en derecho financiero, cantautor, artista plástico, J.J. White del Carpio (Jota Jota, para sus íntimos y para los que no lo conocían personalmente) era una especie de Leonardo da Vinci universalmente reconocido.

Los principales dirigentes políticos solicitaron la intervención del prohombre. Incapaz de rechazar el llamado de la patria, White del Carpio aceptó con una condición: que se le otorgara la suma del poder político. Ello suponía una reforma constitucional o un golpe de Estado.

Jota Jota no estaba dispuesto a considerar la segunda opción por su sólida formación democrática. Se puso entonces en camino, uno de los engorrosos procedimientos de reforma previstos por la Carta Magna. Las izquierdas, agrupadas en el Frente Furibundo Martillo, presentaron dura batalla. Acusaron a White del Carpio de oligarca y yancófilo. Dijeron que desafinaba y pintaba fuera de tono. Objetaron que tenía un apellido extranjero, que la reforma constitucional era inconstitucional. Que tenía conexiones con las altas finanzas. Que lavaba dinero del narcotráfico. Que su título de abogado lo había obtenido en una universidad privada. Las ciudades estaban empapeladas con retratos caricaturescos donde se lo pintaba como un simio de la mano del Tío Sam con la leyenda “Ai guontiu for de ius banca”. Todo fue en vano, la reforma fue aprobada por el 87.5 por ciento de los sufragios emitidos en votación libre y democrática.

White del Carpio se transformó en supremo ombudsman (que traducían por “hombre del ombú”, árbol de la familia de las fitolacáceas, inútil para carpintería y cuya leña no arde. No obstante, se atribuye a sus hojas un fuerte efecto laxante y los lugareños creían que su nuevo jefe iba a purgar la sociedad de todos sus males).

El Hombre tomó posesión de su cargo rodeado de la esperanza de todo un pueblo. Aun aquellos que no lo habían apoyado, cifraban expectativas en el éxito de la gestión de Jota Jota.

Entonces Del Carpio se abocó a su plan secreto: el Proyecto Muchaguita. Alguno de sus asesores, informó al Supremo que Japón tenía serios problemas con sus jubilados. Fruto del florecimiento de su economía, los japoneses aumentaron su longevidad. Como el territorio estaba superpoblado, llegó un momento en que literalmente no había espacio físico para los ancianos.

El Hombre pensó entonces ofrecer a los orientales (nipones) la posibilidad de pasar sus años de retiro en el… (aquí el nombre del pequeño país), contando con el beneficio de sus altos haberes de pasividad. “Si traemos tres millones de japoneses a dos mil dólares por cabeza, ingresarían seis mil millones de dólares por mes, es decir, setenta y dos mil millones de dólares por año. Funcionaría el comercio, la industria, todo…”, reflexionaba.

Realizó un viaje ultrasecreto a Japón, donde se habría reunido con un expresidente de origen japonés y de habla hispana. Dicen que este ex-Hombre habría sido su vocero ante el Gobierno del Sol Naciente. White del Carpio regresó con un doctorado honoris causa de la universidad de Kioto, la condecoración de Caballero de la Orden del Crisantemo Azul y la promesa del Emperador de enviar, discretamente, sus observadores personales. La misión encontró un país fértil, con una excelente red de agua potable, buenas comunicaciones, mucho espacio donde radicarse y ¡libre de sismos! El Proyecto Muchaguita se convertiría en realidad. Las condiciones de J.J. al gobierno nipón eran más que razonables: exigía un ingreso per cápita mínimo de dos mil dólares, y que los inmigrantes se asentaran en el interior del país y no en la capital. Como contrapartida se pedía la ciudadanía natural para todos los que se trasladaran en el marco del acuerdo. Pareció irrelevante. El proyecto fue aprobado en el Parlamento por mayoría, con la oposición enconada de la bancada de izquierdas, como se esperaba. El país comenzó a prepararse para la “invasión japonesa”. Los comercios sustituyeron sus nombres por otros presuntamente más atractivos. La venta de medias se incrementó notablemente, porque corrió el rumor de que para entrar a una casa japonesa había que quitarse los zapatos. Un ave tradicional como el biguá pasó a llamarse biwa, por alusión al lago de ese nombre, que se encuentra en la isla de Honshu, la más grande del archipiélago japonés.

En todos los poblados del país de más de doscientos habitantes, se erigieron memoriales a los mártires de Hiroshima y Nagasaki, al tiempo que fueron prohibidos los filmes norteamericanos contemporáneos a la Segunda Guerra Mundial. Se declaró obligatorio el estudio del idioma japonés en los colegios públicos. Las parrilladas sustituyeron los cubiertos tradicionales por palillos (pero ante la dificultad para comer asado de esa forma cayó rápidamente en desuso). Una misión viajó a un país vecino a fin de informarse sobre las características del Parque Japonés.

El Gobierno declaró “de interés nacional” el trabajo de un musicólogo, que pretendía probar que un cantante mitológico fallecido en 1935, cuya fotografía solía ubicarse tras de las barras de los bares, había grabado algunos tangos en idioma japonés y que otro cantante apodado El Oriental era nacido en Okinawa. Las cervecerías comenzaron a servir sake (o saki). Se importaron gorriones y tordos, que son las aves más comunes en Japón.

El primer contingente de nipones fue recibido con bombos, platillos, salvas de artillería y fuegos de artificio. Las sucesivas oleadas ya formaban parte de la rutina. En cinco años se establecieron aproximadamente tres millones ciento cincuenta mil nuevos habitantes. La pequeña república conoció entonces una prosperidad ni siquiera soñada por la imaginación más delirante. Diez años después la población de origen japonés alcanzaba los cinco millones. Una reforma constitucional impulsada por el Partido Oriental convirtió al país en parte del imperio japonés. En algunos comercios de la Avenida Agutagawa todavía puede verse el retrato del fundador White del Carpio, velando por la patria desde la pared, con sus ojos al bies.

Guillermo Silva Grucci
Fuente de esta noticia: https://www.xn--lamaana-7za.uy/cultura/el-proyecto-muchaguita/

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