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El fanatismo climático guarda un aborrecimiento particular al ser humano. Los distintos maltusianismos históricos pedían la reducción de la población anunciando, en caso contrario, catástrofes que no se han producido. El maltusianismo actual pide directamente, en sus manifestaciones más extremas, la extinción de nuestra especie para que sobreviva el planeta.

En su nº 370 (junio 2024), La Nef  consagra un dossier especial a la demografía. Una de las contribuciones hace un repaso a los distintos maltusianismos que desde hace dos siglos pugnan por robar la esperanza de la humanidad. Su autor es Gérard-François Dumont, profesor en el Instituto de Geografía de la Sorbona de París, presidente de la revista Population & Avenir [Población y futuro], vicepresidente de la Academia de Geopolítica de París y autor de diversas obras sobre geografía de las poblaciones.

El retorno del maltusianismo

¿Es posible trabajar sobre cuestiones de población sin mencionar, de un modo u otro, la obra de Malthus? En 1848, Proudhon escribió: “Todo lo que se hace, lo que se dice, lo que se imprime hoy y desde hace veinte años, se hace, se dice y se imprime como consecuencia de la teoría de Malthus”. ¿En qué consiste exactamente esta doctrina? ¿Cuáles son sus diferentes variantes? ¿Y puede el malthusianismo resistir la prueba del análisis científico de la geografía de las poblaciones?

Las diferentes formas de maltusianismo

1. Maltusianismo pre-Malthus

Incluso antes de la primera publicación de Malthus en 1798, ya habían aparecido doctrinas maltusianas. Platón, por ejemplo, temía la superpoblación de la ciudad, por lo que abogaba por fijar demográficamente la población. Presentó una serie de medidas públicas (honores, castigos, advertencias, fijación de una edad reproductiva, etc.) para “ajustar el número de hogares a 5.040”, cifra que facilitaría la tarea de la administración.

Después, en el Occidente cristiano, estas reflexiones quedaron aparcadas durante unos diez siglos: en primer lugar, porque el deseo de tener hijos se consideraba casi exclusivamente en el marco de las normas morales, lo que eliminaba de hecho la dimensión cuantitativa de la cuestión demográfica; y en segundo lugar, porque durante el primer milenio Europa experimentó un fenómeno de despoblación.

La cuestión resurgió con la Modernidad. En Inglaterra, por ejemplo, Francis Bacon se preguntaba sobre la posibilidad de alimentar a la población en un momento, a finales del siglo XVI, en que Inglaterra contaba con poco más de 4 millones de habitantes: “Por regla general, hay que procurar que la población de un reino (sobre todo si no es destruida por las guerras) no supere la producción del país que debe mantenerla”.

En sentido contrario, otros autores descartaban el riesgo de superpoblación. En 1699, por ejemplo, Fénelon escribía: “Si se cultivara adecuadamente, la tierra alimentaría cien veces más gente de la que alimenta ahora”.

2. Maltusianismo de Malthus

Entonces llegó el final del siglo XVIII y las teorías de Malthus sobre el riesgo de superpoblación.

Thomas Malthus (1766-1834), economista y demógrafo, fue también clérigo anglicano.

Thomas Malthus (1766-1834), economista y demógrafo, fue también clérigo anglicano.

El contexto en el que nació esta reflexión fue el refuerzo en Inglaterra de la Ley de Pobres, en contra de la opinión de pensadores que temían que estos subsidios, indexados al precio del pan y pagados a los más indigentes, no les animaran lo suficiente a superar su miseria.

En 1798, Malthus publicó un Ensayo sobre el principio de la población, cuyo objetivo era político: aportar argumentos para acabar con la Ley de Pobres. Su punto de partida eran las “leyes permanentes de nuestra naturaleza”: “Creo poder proponer francamente dos postulados: primero, que el alimento es necesario para la existencia del hombre; segundo, que la pasión recíproca entre los sexos es una necesidad y permanecerá más o menos como en la actualidad”. Y de ahí extrae un principio simple: “Digo que el poder multiplicador de la población es infinitamente mayor que el poder de la tierra para producir el sustento del hombre”. Su principal crítica se dirige contra la Ley de Pobres: aunque puede aliviar individualmente la intensidad de ciertas angustias, tiene el inconveniente de fomentar el matrimonio precoz y el aumento de la descendencia, agravando así el desequilibrio entre la población y lo que la naturaleza puede ofrecer, lo que sólo puede conducir a una miseria cada vez mayor.

A continuación, Malthus distingue los frenos capaces de poner coto al crecimiento demográfico.

Los frenos activos son “los que aparecen como consecuencia inevitable de las leyes de la naturaleza”: la mortalidad resultante del exceso de población (por ejemplo, las hambrunas). También hay frenos activos ligados a la acción humana: “Las guerras, los excesos y muchos otros tipos de males evitables”.

Los frenos preventivos son la “coacción moral” (no casarse, permanecer casto) y el “vicio” (el libertinaje, la homosexualidad, el adulterio, las técnicas de control de la natalidad y el aborto). En su opinión, hay que luchar contra el crecimiento excesivo de la población, pero no todos los medios son buenos.

En 1820, el economista Jean-Baptiste Say popularizó en Francia la teoría de Malthus y propuso el control voluntario de la natalidad: “Las instituciones más propicias para la felicidad humana son las que tienden a multiplicar el capital. Por tanto, hay que incitar a los hombres a ahorrar en lugar de tener hijos“. Francia parece que cumplió su deseo, sobre todo a finales del siglo XIX y principios del XX, con una tasa de fecundidad muy baja pero un ahorro elevado, invertido masivamente en préstamos rusos de 1822 a 1917, préstamos que nunca se reembolsaron…

3. Maltusianismo de los recursos

El maltusianismo tuvo muchos partidarios en el siglo XIX y principios del XX. Luego, a finales de los años 60 y principios de los 70 empezó de nuevo a ganar popularidad, partiendo de la base de que el nombre de Malthus “se refiere más a un estado de ánimo doctrinal que al hombre que llevó el nombre” (Alfred Sauvy).

En concreto, adopta la forma de un maltusianismo de los recursos: la expansión económica de los Treinta Años Gloriosos hizo un uso creciente de fuentes de energía y métodos de producción que generaban contaminación. El problema era cuantitativo: la naturaleza no podía satisfacer las necesidades de un número creciente de personas, había límites físicos.

En 1968, Paul Ehrlich comparó el crecimiento de la población mundial con la bomba atómica en un libro cuyo título llamó la atención: La bomba demográfica. Advirtió de hambrunas mortales en un futuro próximo y pidió que se actuara con extrema urgencia. Por ello propuso una reducción drástica del número de seres humanos.

En 1972 se publicó el Informe Meadows (Los límites del crecimiento), en el que se exponían cinco tendencias del mundo moderno: la industrialización, el crecimiento demográfico, la desnutrición, la desaparición de los recursos no renovables y el deterioro del medio ambiente. Su conclusión era que había que limitar el crecimiento.

Estas dos publicaciones tuvieron una enorme repercusión y profetizaron catástrofes humanas planetarias a corto plazo (antes del año 2000).

En 1990, Paul Ehrlich, que al parecer tuvo la suerte de sobrevivir a la inminente catástrofe que había predicho, persistió con un nuevo libro, La explosión demográfica. Por su parte, el muy popular comandante Cousteau expresó el deseo de reducir los habitantes de la Tierra “a 600 o 700 millones”, lo que supondría aniquilar a casi el 80% de ellos, única medida eficaz, según él, para protegerlos de sí mismos y evitar el peor genocidio jamás conocido. En noviembre de 1991 declaró: “Hay que estabilizar la población mundial y, para ello, habría que eliminar 350.000 hombres al día“.

4. Maltusianismo ecológico

Paralelamente, se desarrolla un maltusianismo ecológico, preocupado por la posibilidad de que el crecimiento demográfico perjudique a la naturaleza y a los grandes equilibrios del planeta. Uno de los autores de esta ideología ecológica, James Loverlock, padre de la hipótesis Gaia, según la cual todos los seres vivos de la Tierra constituirían un vasto superorganismo, se ha pronunciado a favor de reducir la población mundial a 500 millones de individuos.

Otros pensadores van aún más lejos, defendiendo una especie de maltusianismo total, decretando que la única solución a los males de los que es culpable la humanidad es que “nos extingamos totalmente” (Les U. Knight).

Les U. Knight explicando en los años 90 su plan ecologista para la extinción de la humanidad.

Les U. Knight explicando en los años 90 su plan ecologista para la extinción de la humanidad.

En 1991 se fundó en Estados Unidos un Movimiento para la Extinción de la Especie Humana, que propugna medidas como la esterilización masiva y la contracepción obligatoria.

5. Maltusianismo climático

A finales de la década de 2010 surgió un maltusianismo climático, preocupado por la idea de que el crecimiento demográfico podría agravar la crisis climática. “Hay que ayudar urgentemente a las mujeres a tener menos hijos para luchar contra el peligro climático: este es el mensaje que se desprende del informe UNFPA de 2009″ (Le Monde).

Las incertidumbres creadas por la cuestión climática se consideran incompatibles con el deseo de tener hijos, porque suscitan el temor de ver a su futuro hijo sufrir un entorno de vida degradado, un acceso restringido a los recursos esenciales y un aumento de las tensiones sociales. En 2022, France Info titulaba: “Clima y demografía: ‘O nos regulamos, o habrá pandemias, hambrunas o conflictos’, advierte Jean-Marc Jancovici». Así podría haberlo expresado el propio Malthus.

El maltusianismo, puesto a prueba por la geografía de las poblaciones

Una vez esbozado este panorama de las distintas formas de maltusianismo, queda una pregunta por responder: ¿la evolución demográfica conocida ha confirmado o refutado los análisis y proyecciones maltusianos? ¿Se han hecho realidad sus temores?

Una de las frases más célebres de Yuval Noah Harari, ideólogo de la dictadura globalista, tiene que ver también con la disminución de la población: al finalizar una charla TED en junio de 2015 en Londres, comentó con Bruno Giussani, responsable internacional de estos encuentros (minuto 16:00 del vídeo): “La gran cuestión política y económica del siglo XXI será ‘¿Para qué necesitamos a los seres humanos?’ o, al menos, ‘¿Para qué necesitamos tantos seres humanos?'”. Su perspectiva es maltusiana por transhumanista: el filósofo oficioso del Foro Económico Mundial de Davos cree que las máquinas suplantarán la mayor parte de la actividad humana y habrá que mantener felices a las personas “con drogas y videojuegos”.

La población mundial se ha multiplicado por ocho en 220 años, sin que los “frenos activos” de Malthus, es decir, las hambrunas, hayan obstaculizado este crecimiento provocando altas tasas de mortalidad. Los medios de subsistencia han aumentado mucho más deprisa de lo que preveía Malthus: la humanidad ha podido mejorar los métodos de cultivo y la calidad del transporte y almacenamiento de los alimentos (sobre todo los cereales), en mucha mayor medida que el crecimiento aritmético calculado por Malthus. Y el crecimiento demográfico no ha tenido el carácter “súbito y espectacular” que justificaría la imagen pirotécnica de una explosión: más bien ha adoptado la forma de un largo proceso de transición demográfica, desencadenado por los progresivos avances técnicos, económicos, médicos, sanitarios e higiénicos realizados desde finales del siglo XVIII.

Además, el motor del crecimiento demográfico no es tanto el aumento de la natalidad como el descenso de la mortalidad. Si consideramos el periodo 1950-2021, por ejemplo, la población mundial se ha triplicado. Sin embargo, la tasa media de natalidad mundial se ha reducido a la mitad, y la fecundidad media ha bajado de 5 hijos por mujer a menos de 2,4. Por el contrario, las condiciones de vida han mejorado notablemente, las tasas de mortalidad infantil y materna han caído en picado y la esperanza de vida al nacer casi se ha triplicado.

Así pues, el mundo de los dos últimos siglos se ha caracterizado más por el “desarrollo” que por el “crecimiento” demográfico, y los cambios han sido al menos tanto cualitativos (revolución de las condiciones de vida demográficas: vacunaciones, prácticas de control médico, moléculas farmacéuticas, mejora de las redes sanitarias, dietas más variadas, reducción de la dureza en el trabajo gracias al progreso técnico, etc.) como cuantitativos.

Un futuro difícil de predecir

Pero, ¿es sostenible este progreso a largo plazo? ¿O podría acabar produciéndose el riesgo de terribles hambrunas previsto por el maltusianismo y correlacionado con un aumento significativo de la población mundial?

La respuesta a esta pregunta es infinitamente difícil de construir, porque las proyecciones demográficas presentan cifras muy variables, que van de 7.000 millones de habitantes en 2070 (hipótesis baja) a 14.800 millones (hipótesis alta). Además de los determinantes “cercanos”, como la mortalidad y la natalidad, hay que tener en cuenta los determinantes “lejanos”, más indirectos pero no menos activos, como la calidad y la cantidad de los alimentos disponibles, las condiciones sanitarias e higiénicas, el estado del medio ambiente y la eficacia de la lucha contra las distintas formas de contaminación, y los acontecimientos geopolíticos. En función de la interacción de todos estos factores, la población mundial puede aumentar o disminuir, y en órdenes de magnitud muy diferentes.

La única conclusión posible es afrontar y aceptar la incertidumbre estructural asociada a estas proyecciones, lejos de las afirmaciones catastrofistas de los maltusianos.

Otra objeción al maltusianismo tiene que ver con la pertinencia de su escala de pensamiento, que no es en absoluto evidente: ¿tiene algún significado operativo la cifra que indica el número de habitantes del mundo? Consiste en sumar los resultados en términos de número de habitantes de regímenes demográficos muy diferentes en su cronología e intensidad, ya que la geografía de las poblaciones muestra un mundo extremadamente fragmentado. Pero si queremos entender el futuro, quizá debamos alejarnos de la escala mundial y examinar las realidades a los niveles adecuados: nacional, o incluso subnacional.

En demografía no hay globalización, y nunca la habrá. Describir la población a escala mundial es tan esclarecedor como decir, ante dos personas, una de 110 kg y otra de 50 kg, que el peso medio es de 80 kg, sin dar más detalles.

La comparación entre Japón y México ilustra bien esta fragmentación de las poblaciones y la necesidad de realizar estudios a escala local: estos dos países tienen actualmente el mismo número de habitantes y, sin embargo, todo contrasta entre ellos en términos demográficos (densidad de población, natalidad, mortalidad, migraciones, esperanza de vida, composición por edad, etc.).

Así pues, más que centrarnos en una cifra global, debemos comprender la geografía de las poblaciones del mundo (Cf. Gérard-François Dumont, Geografía de las poblaciones. Conceptos, dinámicas, prospectivas), y concebir políticas adaptadas a las realidades locales si queremos que respondan al bien común de las poblaciones.

Conclusión

Ninguna de las variantes del maltusianismo está justificada. El aumento del número de seres humanos no es el resultado de una actitud de sobrefertilidad de las poblaciones del mundo durante los últimos siglos, sino el fruto de un progreso imprevisto, gradual y considerable (en particular, un progreso espectacular de la producción agrícola).

El maltusianismo, con su discurso y sus imágenes apocalípticas, es profundamente misántropo. Tiene una “obsesión por la superpoblación” (Cf. Georges MinoisEl peso del número: la obsesión por la superpoblación en la historia, Perrin) y, tejido a partir de una multitud de temores, siempre quiere reducir el número de seres humanos. Es lo contrario de la esperanza.

Traducido por Verbum Caro.

ReL
Fuente de esta noticia: https://www.religionenlibertad.com/polemicas/645181741/maltusianismo-climatico-ultima-modalidad-ninguna-cumplido-augurios.html

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