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Jue. Ago 1st, 2024
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El lider del Partido de los Trabajadores consideró que “es normal pelearse” y que todo debe resolverse “presentando las actas” que demuestren los resultados que ha comunicado la dictadura de Maduro.

Las palabras son piedras, decía el famoso escritor italiano Carlo Levi. Y la historia demuestra que a menudo pueden volver, un poco como un boomerang. Eso es lo que piensan en este momento la mayoría de los analistas brasileños. Las declaraciones de Lula el martes sobre Venezuela no sólo crearon desconcierto, sino también preocupación por una mayor polarización del país. Especialmente cuando Brasil se encamina hacia dos elecciones cruciales, siendo las más próximas, el próximo octubre, las municipales, seguidas dentro de dos años por las presidenciales.

Hablando por primera vez sobre la situación actual en Venezuela, el presidente dijo en una entrevista con TV Centro América, afiliada a TV Globo, que “es normal pelearse. ¿Cómo resolverlo? Presentando las actas. Si el acta muestra un desacuerdo entre la oposición y la situación actual, la oposición presentará un recurso y esperará en el tribunal a que se celebre el juicio. Y habrá una decisión, que tendremos que aceptar. Estoy convencido de que es un proceso normal y regular”. Lástima, sin embargo, que los tribunales estén todos controlados de forma ferrea por el régimen de Maduro, a comenzar por el Tribunal Supremo de Justicia, el máximo organo de la justicia venezolana. Eso han señalado muchos periodistas brasileños en los editoriales que inundan estas horas comentando las polémicas declaraciones de Lula. Algunos analistas como Lourival Sant’Anna aseguran incluso que las palabras del presidente brasileño contribuyen a crear una falsa equivalencia entre los grupos implicados en el proceso electoral. Además, decir que hay que esperar a que se presenten las actas «es dar tiempo al régimen de Maduro y al Consejo Nacional Electoral para limpiar las pruebas de las actas que dan la victoria al candidato opositor Edmundo González y sustituirlas por otras falsas».

Sin embargo, la del martes no ha sido la única declaración desconcertante de Lula sobre la Venezuela de Maduro. Hace poco más de un año, en una entrevista con Radio Gaucha, al ser preguntado por las razones de algunos sectores de la izquierda para querer defender al régimen venezolano, el presidente brasileño había respondido que «Venezuela tiene más elecciones que Brasil. El concepto de democracia es relativo para usted y para mí. A mí me gusta la democracia, porque fue la democracia la que me llevó a la presidencia de la República por tercera vez». Ahora bien, es precisamente esta ecuación en la que se basó fundamentalmente la victoria de Lula sobre Bolsonaro en 2022 la que corre el riesgo de hacer perder credibilidad al presidente brasileño y de hacer perder las elecciones a su Partido de los Trabajadores, que busca con las municipales de octubre ganar las capitales que perdió en 2016 y 2020.

En un editorial del canal de televisión CNN Brasil, el periodista William Waack dijo que es al relativizar, como lo está haciendo Lula, «que perdemos la noción de principios, perdemos la noción de los límites de lo que es moralmente aceptable o inaceptable. Esta es una de las grandes diferencias entre una frase de bar irresponsable y la frase de un jefe de Estado. Es la capacidad de reconocer la gravedad, el significado y el alcance de los hechos. Por lo tanto, significa reconocer lo grave que es defraudar en unas elecciones. Si no, la frase se aplica al propio Lula. No hay nada grave, nada aterrador en las cosas que dice Lula, pero con el tiempo se le tomará cada vez menos en serio”, dijo Waack. Gerson Camarotti, por su parte, afirmó en Globo News que «el presidente Lula está construyendo una justificación para apoyar una farsa en Venezuela, que es la victoria de Maduro». En Metrópoles, Mario Sabino escribió que «para Lula y el PT, la democracia nunca ha sido un valor universal, sino estratégico, una forma de llegar al poder y permanecer allí. No hay doble rasero, dejémonos de ingenuidades. Los que apoyan a dictadores en el extranjero y los que apoyan a asesinos de la democracia como Maduro en Venezuela, no creen realmente en la democracia brasileña. Solo se someten a ella porque no hay otro camino».

Ciudadanos asisten a una manifestación de apoyo al candidato a la presidencia de Venezuela Edmundo González Urrutia este martes 30 de julio de 2024 en Caracas (Venezuela). EFE/ Ronald Peña R.
Ciudadanos asisten a una manifestación de apoyo al candidato a la presidencia de Venezuela Edmundo González Urrutia este martes 30 de julio de 2024 en Caracas (Venezuela). EFE/ Ronald Peña R.

Muchos, sin embargo, sostienen que, además de la ideología, hay intereses más prácticos que frenan una defensa directa y clara de la democracia violada en Venezuela. En particular, se refieren a esa caja de Pandora de infraestructuras construidas en Venezuela con dinero público brasileño a través de varias constructoras como Odebrecht, ahora Novonor, todas ellas en el centro de la famosa operación anticorrupción Lava Jato. Sin embargo, los magistrados de Curitiba, tanto en La Habana como en Cuba, no pudieron investigar en profundidad. Es probable que aún quede mucho por descubrir, pero lo que ya se ha revelado no deja de ser significativo. A lo largo de más de una década, Odebrecht llevó a cabo trece proyectos acusados de sobrefacturación por la ex fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz. Tras la muerte de Hugo Chávez, Odebrecht habría financiado con 35 millones de dólares la campaña presidencial de Nicolás Maduro en 2013, según Ortega Díaz, que también denunció cómo Diosdado Cabello, vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), recibió un soborno de 100 millones de dólares para facilitar licencias a nivel estatal.

La sentencia del tribunal de Curitiba, fechada el 23 de agosto de 2016 y firmada por el entonces juez Sergio Moro, señala que en la confesión premiada de los publicitarios responsables de las campañas electorales de Lula y Dilma Rousseff – João Santana y Monica Moura – y de un empleado de la pareja, André Santana, se menciona a Venezuela decenas de veces. Se lee, por ejemplo, que «el embajador (venezolano) en Brasil, Maximiliano Arvelarz, mostró familiaridad con Andrade Gutierrez (otra constructora implicada en Lava Jato). En al menos tres vuelos, João Santana, Monica Moura, Franklin Martins y José Dirceu viajaron juntos en la ruta Sao Paulo-Caracas». Y de nuevo, la sentencia del 23 de agosto de 2016 afirma que «el entonces canciller Nicolás Maduro (…) exigió que Mónica Moura recibiera casi la totalidad de las sumas pagadas para la campaña de reelección del presidente Chávez (2012) desde el externo, a través de pagos realizados por las empresas Odebrecht y Andrade Gutierrez. Parte de esa suma no contabilizada fue pagada en efectivo, entregada en Caracas directamente a Mónica Moura por el canciller Nicolás Maduro en la sede de la Cancillería». Es en esos pasillos y en esos maletines de dinero descritos con todo lujo de detalles por los magistrados del Lava Jato donde se albergan muchos secretos aún no del todo detallados y de los que Maduro es seguramente el gran custodio. No es casualidad que el ex juez Sergio Moro, ahora senador de la República por el partido de gobierno Unión Brasil, también haya intervenido sobre las recientes declaraciones de Lula. En su perfil X (ex Twitter) escribió: «Nunca escuché palabras tan vergonzosas y delirantes de la diplomacia presidencial brasileña. Lula es cómplice de la represión de Maduro».

Además, queda la cuestión no menor de la abultada deuda que Venezuela aún mantiene con Brasil, unos 780 millones de dólares, según datos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES). Las principales obras financiadas por el gobierno brasileño y contratadas en su momento a Odebrecht, Andrade Gutierrez y Camargo Corrêa hubo la construcción y ampliación del metro de Caracas, la construcción de la acería nacional y de un astillero, así como un proyecto de saneamiento del río Tuy. El presidente del BNDES, Aloísio Mercadante, había declarado hace meses que Venezuela podría pagar sus deudas con el suministro de electricidad y petróleo.

Las declaraciones de Lula fueron seguidas por la abstención de Brasil en la votación de ayer de la Organización de Estados Americanos sobre la resolución que pide a Maduro que publique los datos y que observadores internacionales verifiquen los resultados. También debido a la decisión de Brasil, la resolución no fue aprobada. Además, un comunicado de la dirección nacional de su Partido de los Trabajadores (PT) ha encendido el debate político en los últimos días. En el texto de reconocimiento de la victoria de Maduro, se describen las elecciones venezolanas como un «camino pacífico, democrático y soberano». El comunicado fue votado por unanimidad en el seno de la dirección ejecutiva, pero creó una fractura dentro del propio PT. Reginaldo Lopes, líder del PT en la Cámara de Diputados, escribió en sus redes sociales que “un gobierno verdaderamente democrático convive con la crítica, el cuestionamiento y la oposición organizada. La implantación de Maduro en Venezuela es la postura de un dictador”.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sostiene la mano del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante la octava cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Kingstown, San Vicente y las Granadinas, el 1 de marzo de 2024. Ricardo Stuckert/Presidencia de Brasil/Folleto vía REUTERS
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, sostiene la mano del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante la octava cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), en Kingstown, San Vicente y las Granadinas, el 1 de marzo de 2024. Ricardo Stuckert/Presidencia de Brasil/Folleto vía REUTERS

También fue crítico Aloysio Nunes, ex canciller del gobierno de Michel Temer y durante la dictadura guerrillero junto a Carlos Marighella en la ALN, Acción Libertadora Nacional. Declaró al diario O Estado de São Paulo que la decisión de Lula de enviar a su asesor especial de política exterior Celso Amorim a Venezuela durante las elecciones «fue un error» porque era «obvio que la situación allí era mala desde hacía meses» y que «Brasil no es el certificador de ningún desempeño (electoral) de ningún país». Marina Silva, ministra de Medio Ambiente en el gobierno de Lula, también condenó la victoria de Maduro. «Esto no es una democracia», dijo. «Un régimen democrático presupone que las elecciones sean libres, que los sistemas sean transparentes, que no haya ninguna forma de persecución política o intento de impedir que los diferentes segmentos de la sociedad que legítimamente tienen derecho a exigirlo lleguen al poder y que no sufran ningún obstáculo o cualquier tipo de impedimento», declaró la ministra.

También avivó el debate la etiqueta de bolsonarista que algunos periodistas y políticos de izquierda dieron a Maduro. Para Marcos Augusto Gonçalves, del diario Folha de São Paulo, «El PT entra en colisión con las fuerzas progresistas del continente y le da un abrazo al bolsonarismo —es, al fin y al cabo, un bolsonarismo de signo cambiado— al avalar un gobierno antidemocrático y su bizarro proceso electoral, que veta candidaturas e impide la libre manifestación de la gente». “Es un delirio decir que Maduro es un bolsonarista de extrema derecha”, escribió el politólogo Augusto de Franco en sus redes sociales. Cabe recordar que fue Lula y no Bolsonaro quien recibió a Maduro con honores de jefe de Estado en mayo de 2023. «Es un momento histórico», dijo entonces Lula, criticando también lo que llamó «los prejuicios contra Venezuela.»

Inevitablemente, todo esto está dando munición ahora a la oposición, que ya criticó a Lula en la campaña presidencial de 2022, acusándole incluso de ser amigo de dictaduras. “No me sorprende que el PT abrace una dictadura”, comentó estos días Flávio, hijo del expresidente Jair Bolsonaro y senador por el Partido Liberal de su padre. “Esta es la revolución comunista con la que tanto soñaron. Pero nosotros aquí resistiremos. No dejaremos que Brasil se convierta en Venezuela”, escribió en sus redes sociales.

Y de que el tema Venezuela impactará en la próxima votación municipal no hay duda. Los principales precandidatos a la capital financiera del país, San Pablo, ya se han alineado en lados opuestos. El actual alcalde de San Pablo, Ricardo Nunes, que vuelve a presentarse por el Movimiento Democrático Brasileño (MDB), y sus contrincantes, Tabita Amaral, del Partido Socialista Brasileño (PSB), y Pablo Marçal, del Partido Renovador Laborista Brasileño (PRLB), han calificado al gobierno de Maduro de «antidemocrático» y su proclamación como vencedor «con fuertes indicios de fraude». En el frente opuesto, el candidato Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), no condenó al gobierno venezolano, que en el pasado también había dicho que no era una dictadura. “Estamos esperando la posición de la diplomacia brasileña, que sigue de cerca la situación en el país y aguarda la divulgación de las actas de las elecciones”, declaró Boulos.

Venezolanos votan el domingo pasado, en Caracas (Venezuela). EFE/ Henry Chirinos
Venezolanos votan el domingo pasado, en Caracas (Venezuela). EFE/ Henry Chirinos

Sin embargo, el veredicto de los electores corre el riesgo de costarle caro a la política incluso antes de la votación de octubre. Una encuesta realizada estas horas por el Instituto RealTime BigData sobre una muestra de mil brasileños reveló que el 73% de los encuestados está en desacuerdo con las recientes declaraciones de Lula sobre Venezuela. “El discurso de Lula, además de ir en una dirección diametralmente opuesta a lo que piensa la mayoría del pueblo brasileño, sienta un peligroso precedente de aumentar aún más la desconfianza de la población en el sistema electoral. Al normalizar el fraude en Venezuela, Lula incita a los brasileños, por ósmosis, a desconfiar de las urnas ya cuestionadas en el pasado y del buen desarrollo de las elecciones”, declaró al sitio de noticias O Antagonista el politólogo Bruno Soller, coordinador del sondeo. Un precedente que no sólo acentúa el grado de polarización en el país, sino que también corre el riesgo de tener un fuerte impacto en la elección de un nuevo presidente en 2026.

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